500 AÑOS DE LA LLEGADA DE UN PAPA A NAVARRA.
ADRIANO VI RECORRE LA RIBERA TUDELANA
Esteban Orta Rubio

Este mes de marzo se cumplen cinco siglos del paso por la Ribera de Navarra del Papa Adriano VI en largo viaje hasta Roma para su coronación. Fue un acontecimiento trascendente, puesto que es el único pontífice del que se tiene noticia que pisara estas tierras. Adriano de Utrecht, que así se llamaba el que luego tomó el nombre de Adriano VI, recibió la noticia de su nombramiento en la ciudad de Vitoria donde se hallaba en calidad de regente del reino de Castilla por ausencia del emperador Carlos I. Contaba Adriano sesenta y tres años, una edad avanzada para la época, y estaba aquejado, además, de delicada salud. A pesar de todo, aceptó el cargo como algo que Dios le enviaba, y despojándose del poder terrenal partió hacia Roma, a fin de tomar posesión del poder espiritual. Este es el motivo de su paso por Navarra. Y la verdad es que los riberos no podían quejarse de visitantes ilustres, pues apenas dos años antes –febrero de 1520- la había atravesado el joven emperador Carlos camino de las cortes en Galicia.
EL ITINERARIO
Adriano, pronto comenzó a preparar tan largo viaje y pudo salir de Vitoria el 12 de marzo de 1522. Conocemos las incidencias del camino por el libro de Blas Ortiz, vicario general de la diócesis de Calahorra, que acompañó al nuevo Papa en calidad de capellán. Está escrito en latín y se publicó en Toledo en 1546 con largo título que comienza: Itinerarium Adriani Sexti ab Hispaniam… Hay traducción española de 1950. Cuentan que fue grande la alegría de aquellas regiones del valle del Ebro al enterarse de su paso camino de Italia. Tras dejar Álava, el nuevo Papa eligió visitar Santo Domingo de la Calzada, pues deseaba conocer la catedral del famoso milagro y seguir el Camino de Santiago por Nájera antes de llegar a Logroño. Allí se detuvo algún día y fue recibido entre aclamaciones populares, revista de tropas y arcos triunfales. El 22 de marzo entró con igual solemnidad en Calahorra, donde hizo noche, y de aquí marchó a Alfaro, último lugar antes de entrar en el reino de Navarra. Ortiz afirma que “fue recibido con gran alegría y aparato guerrero, entre aclamaciones, bombazos y otras señales de júbilo”. En la muga le despidió el Duque de Nájera, el anterior virrey de Navarra, que había acompañado al pontífice desde sus dominios.
PREPARATIVOS EN TUDELA
No eran para Navarra tiempos buenos los de 1522. Todavía estaba muy reciente el último intento de los legítimos reyes de la Casa de Albret por recuperar el reino, saldado con derrota definitiva en la batalla de Noáin (junio de 1521). Tudela resultó muy afectada por la conquista, pues sus murallas, castillo– orgullo de la ciudad- y atalayas habían sido demolidas parcialmente por orden del cardenal Cisneros en 1516. En vano intentó que se reedificasen, y para ello escribió cartas a Adriano de Utrech para que intercediera ante el emperador. Y también a éste, “como a clementísimo príncipe (…) mande ver la derruición y daño de dichos muros y haya compasión de nuestro grandísimo daño e infamia, mandando proveer sean reedificados nuestros muros, honra y fama…” Además de los daños materiales, hubo otros morales, pues muchas personas importantes, tanto por su nobleza como por la solvencia económica, permanecían huidas o desterradas. Quizás, por ello, muchos recelaban del recibimiento que pudiera dispensar la ciudad al otrora regente de Castilla.
A pesar de tan negativas circunstancias, tanto el deán de la colegiata como el ayuntamiento hicieron todo lo posible por recibir dignamente al ilustre personaje, en previsión de futuros favores. Francisco Fuentes, recogió del archivo municipal numerosos datos sobre la visita que complementan lo ofrecido por Blas Ortiz y los publicó en un artículo de Hispania Sacra. Yo mismo dediqué un capítulo al paso del pontífice en mi libro Tudela y la Ribera de Navarra a través de los viajeros. (Siglos XV-XX).
En cuanto llegó la noticia comenzaron los preparativos aunque las arcas municipales no estaban muy boyantes. Principiaron por comprar paños de Contray y terciopelo para vestir dignamente a la corporación, además de adquirir en Tarazona un nuevo palio de brocado, bajo el que entrase triunfalmente el nuevo Papa. Tampoco se descuidaron provisiones (entre ellas el pescado del Ebro) para las comidas oficiales, así como los hachones y velas para iluminar calles y salones. Más, si cabe, costó reparar los caminos y, sobre todo, adecentar la puerta de Calahorra, en la muralla, por donde debía entrar la comitiva.
ESTANCIA EN EL PALACIO DECANAL

Era el miércoles 26 de marzo cuando el numeroso y brillante cortejo papal apareció por los Montes de Cierzo y lentamente se acercó a las murallas. Frente a la puerta de Calahorra se hallaba la corporación municipal con el alcalde a la cabeza y también el conde de Miranda, virrey de Navarra, que había llegado de Pamplona acompañado de nobles y próceres para recibir al vicario de Cristo. Puede que todos entrasen procesionalmente pues la documentación señala que se habían entoldado las calles del tránsito “como en el día del Corpus”. Volteaban las campanas de las numerosas iglesias y conventos y, entre gritos y vítores, se dejaban oír los trompeteros de los condes de Aranda y Ribagorza, llamados por el ayuntamiento para reforzar a los músicos de la ciudad. También los alumnos del Estudio de Gramática, “fechos un escuadrón con sus capitanes”, agitaban en sus manos banderolas con escudos del Papa y del emperador.


Como ocurriera con la visita de Carlos I, el deán Villalón quiso que su flamante palacio – primer edificio renacentista levantado en Navarra- sirviese de morada al pontífice. El resto de personajes que le acompañaban se distribuyeron, como era costumbre, entre las casas mejor acomodadas de la ciudad. Entre ellos estaba el protomédico personal del papa, García Carrascón, más conocido como el Doctor de Ágreda, canónigo de Tarazona y muy relacionado con Cintruénigo, de donde fue abad e impulsor de la construcción del templo parroquial que hoy admiramos. Blas Ortiz expone: “Nuestro Pontífice vino a Tudela ciudad de Navarra en la que corre el río Ebro. Fue recibido con no menor alegría que en otras partes. En ella el deán de Tudela le agasajó con dispendios magníficos que excedieron a los antes recibidos.” Sin embargo, él, que seguramente habría visitado anteriormente la población, se asombra del cambio experimentado:

“Ve aquí a la desgraciada Tudela, en otro tiempo la más hermosa de las ciudades de Navarra y hoy maltrecha y deforme porque el Reverendísimo Señor cardenal Francisco Jiménez, arzobispo de Toledo y gobernador de España ordenó que fuesen demolidos los muros y derruida la ciudadela, de tal manera que merecidamente puede decirse de ella: “quanto qualisque fuerit ipsa ruina docet” (cuánta y cuál fue su importancia lo enseña la misma ruina). Gemían los vecinos lamentando su infortunio y se hallaban desconsolados a causa de la pérdida de la fortaleza y castillo que habían conocido tan célebre e ilustre. Sin embargo, aquella región no ha perdido los encantos de la naturaleza; el caudaloso Ebro fertiliza sus tierras llenas de fructíferos árboles y viñas bien cultivadas.”
Adriano VI, descansó dos días en la ciudad. Aquí recibió al Virrey y alta nobleza del reino y, de nuevo, Tudela se sintió capital como lo había sido hasta tiempos recientes cuando los reyes residían largas temporadas en su castillo-palacio.

EL MIEDO A LA PESTE
Una vez repuesto de las incomodidades del viaje, partió el cortejo papal hacia la raya de Aragón atravesando Ribaforada y Cortes. Hizo noche en Mallén. Al día siguiente pernoctó en Pedrola donde le obsequió con brillantez el conde de Ribagorza, alegre tanto por la visita del pontífice como por el reciente nacimiento de una hija. El mismo Adriano VI quiso bautizarla, imponiéndole el nombre de Adriana, nombre que se puso de moda a partir de entonces entre las familias aristocráticas de la Ribera del Ebro. Blas Ortiz destaca también que “se celebraron grandes fiestas y los moros bailaron sus coros de danzas típicas que regocijaron al Pontífice”. El 29 de marzo, al mediodía, en una jornada calurosa, llegó el Papa al palacio de la Aljafería, extramuros de Zaragoza. Aunque su idea era no demorarse demasiado, los rumores de peste en Barcelona, donde pensaba embarcar, le obligaron a permanecer en la capital del Ebro largas semanas, hasta el once de mayo.
Y aquí debemos dejar al Papa y su brillante acompañamiento. Aún le quedaban muchas leguas que andar, muchas ciudades que visitar y abundantes zozobras al atravesar el mar Mediterráneo. Llegó a Roma a finales de Agosto, a los seis meses y medio de su salida de Vitoria. Por cierto, Adriano de Utrecht debía albergar ya el germen de la muerte, pues falleció al cabo de sólo un año de pontificado. Contaba sesenta y cuatro años.