Entra por Plaza de San Jaime, sale a Plaza de San Nicolás.
En el curso del presente siglo, la citada calle de la RUA pasó, por acuerdo municipal de 17 de febrero de 1912, a denominarse “de RECHEA, don Miguel”, nombre de un ilustre tudelano, ingeniero naval bajo cuya dirección se construyó el acorazado ESPAÑA, hundido en el mar Cantábrico durante la guerra civil, había nacido en uno de sus edificios.
Habiendo estado en vigor este acuerdo hasta el 6 de octubre de 1980, en cuya fecha, comprendiendo la entidad municipal la conveniencia de que éste eje principal del histórico entramado urbano del Casco Viejo de Tudela recuperase su primitivo nombre, decidió que volvería a denominarse nuevamente “calle de la RUA”, y que como compensación y demostración constante de su aprecio hacía el Sr. Sáinz, se colocará en lugar visible de la fachada de su casa natal una lápida conmemorativa de este hecho memorable,
¿Cómo sería la “Rúa” en aquellos tiempos?. Imaginémosla formada pobres casuchas, habría tenderetes o “botigas”, míseros albergues, habitarían las moscas, y quizás fue un estercolero mal oliente, y ¿qué sería en tiempo de lluvia?
Aunque durante cientos de años fue el centro y zona más concurrida de Tudela, pero es después de la Edad Media cuando la “Rúa” adquiere todo su esplendor, es la vía más larga y mejor alineada de toda la ciudad aumentando su importancia al estar en sus inmediaciones la Catedral, el Ayuntamiento y las iglesias de San Nicolás, San Jorge etc. Es precisamente en aquella época cuando los vecinos hidalgos y de mayor fortuna buscan afanosos las fincas o casas para remodelarlas y adecuarlas para su mansión, en sus fachadas colocan sus escudos cual de si escaparates se tratara. La “Rüa” pasa por su edad de oro con la llegada del Renacimiento y el Barroco; es en lo siglos XVII, XVIII y principios del XIX cuando mayor nivel alcanza llegando su huella hasta nosotros. La “Rúa” fue sin duda la vía más brillante de la hidalguía local; fue la calle comercial por excelencia. En ella se alineaban los mejores comercios de la localidad, a los que afluían la mayor parte de los habitantes de la ciudad y de los pueblos de la comarca. El sector más comercial fue el comprendido entre “Chapinerías” y “San Jaime”.
La casi totalidad de los edificios que han llegado a nuestra época estuvieron habitados por hidalgos y ricachones.
La casa de la Rúa a la que corresponde el número 3, desde la que mediante la calle del juicio, que tiene en frente, puede contemplarse la artística portada de la Catedral, pertenecía en el siglo XVIII a D. Pedro Maisterrena Burutain, natural de Elizondo y aquí avecindado desde largo tiempo por razón y conveniencia de sus actividades de ganadero, al igual que otros originarios del valle del Baztán.
El edificio ostenta en su fachada, labrado en piedra, el habitual escudo de armas, en el que junto a su propio cuartel, consistente en un campo ajedrezado, acreditativo de la condición de hidalgo que corresponde a todos los naturales de dicho idílico valle pirenaico, constan los correspondientes a su esposa, perteneciente a la familia Martínez de Espronceda.
Las casas que portan los números 7,8 y 9 pertenecieron a D. Sebastián Díez de Ulzurrun, acaudalado vecino de Tudela, que ayudó económicamente al Municipio con motivo de los gastos a que dio lugar la visita que en 1645 realizó a nuestra ciudad el Rey Felipe IV, acompañado del malogrado Príncipe Baltasar Carlos, que fallecería poco después.
De estos tres edificios, el número 9, portador de un soberbio escudo de alabastro, sorprendentemente bien conservado, contiene en su planta baja el arco de la entrada a la calle titulada “del Pasaje”, el cual,, lo mismo que sus colindantes, pasaría a comienzos del siglo XVIII a propiedad de D. Manuel Cruzat y Díez de Ulzurrun, que los legó a su hija Dª Javiera Cruzat, y seguidamente heredaría D. Mariano Español de Niño, su descendiente
Apenas iniciada la calle de la Rüa, aunque desfiguradas, existen cinco casas consecutivas, de reducida fachada, comprendidas entre la que acabamos de reseñar como perteneciente a Sebastián Zubioca de Badostain y la de la Marquesa de San Nicolás, de la que más adelante hablaremos, únicos testigos que conservamos de lo que fuera patrimonio urbano del mayorazgo de Las Cortes en las últimas décadas del siglo XV y siguientes. Siendo, esta parte de la Rüa, la más comercial y frecuentada por propios y extraños, las bajeras de estas cinco casas fueron durante largísimo tiempo muy codiciadas para dedicarlas a actividades de todo género, perteneciendo una de ellas, sita a mitad de la tirada, a José Bordeu, súbdito francés establecido en Tudela desde años antes del comienzo de la guerra de la Independencia, el cual, a juzgar por las diversas escrituras que figuran en el Archivo de Protocolos Notariales, debió de ser un individuo eficaz y de mucha vitalidad dentro de su ramo, a la vez que protagonista de pleitos por razón de cobros y pagos.
No es de extrañar que, siendo tan activo y entrometido, acrecentándose sus afanes patrióticos a compás de los acontecimientos de la dramática primavera de 1808, decidiera colaborar con nuestros invasores, y que, apartándose de sus habituales quehaceres, de significado textil mayormente, convirtiérase en aprovisionador de munición de boca para el ejército galo; solo que con tan mala fortuna que, en el curso de una de las andanzas por territorios circunvecinos acabaría cayendo en manos de una patrulla de aragoneses en Ejea de los Caballeros, cuando, acompañado de varios soldados de su misma nacionalidad, negociaba la compra de una partida de vacas, siendo trasladado preso a Zaragoza, donde la soliviantada multitud estuvo a punto de lincharle y, tras de un simulacro de juicio, propio de las circunstancias, acusado de espía y de haber favorecido la entrada de los franceses en Tudela la semana anterior, acabó siendo ejecutado mediante horca, en la Plaza del Mercado de la heroica y mártir ciudad, coincidiendo con la fecha en que Agustina de conquistaba, en la batería del Portillo, fama imperecedera.
La marcada con el Nº 13, llamada “Casa del Almirante”, es de estilo renacentista y no ha sido posible hallar noticia alguna de cuándo ni quién la edificó.
Se trata de una soberbia pieza de arquitectura civil de la primera mitad del siglo XVI y uno de los edificios más impresionantes del casco antiguo de Tudela, construida sobre la desaparecida mansión de los Gómez de Peralta y Veráiz, que lo habitaron en el siglo XV. Perteneció luego a los Cabanillas Berrozpe, herederos de los anteriores, en cuya época construiriase la mansión plateresca que comentamos, pasando más adelante a los Castillo, los Cabanillas, los Ximénez de Cascante y los Ximénez de Anillón, comprándola a finales del siglo XIX don Pedro Magdalena y León, heredándolo Dª Eugenia Carmen Alaiza Magdalena, casada con Cándido Franca Barreneche, pasando finalmente a María Carmen Forcada González, quien la ha restaurado, devolviéndole su primitivo esplendor.
En cuanto al sobre nombre de “Almirante” no se ha podido averiguar su procedencia, ya que en ningún documento aparece este nombre.
Su monumental fachada, de gran altura, se eleva en triple, cuerpo coronándose con volado alero de madera y rica decoración. La planta baja, totalmente remodelada, sirve de basamento al cuerpo noble del edificio, que destaca por la abundante ornamentación de sus dos vanos, bastante similares a los de la casa de Zaporta de Zaragoza, siendo el soporte central que sirve de enlace entre ambos un busto de guerrero, cuyas extremidades inferiores se sustituyen por rugosos troncos entrelazados, mientras que los laterales contienen sendos bustos femeninos apoyados en fustes troncopiramidales con la cabeza de león, sujetando el de la izquierda la víbora que le muerde el pecho, según suele represen5tarse la iconogrfía de la lujuria.
El cuerpo superior del edifico, de menores dimensiones se caracteriza por tres pequeñas ventanas adinteladas, siendo de destacar el primoroso friso corrido de temas geométricos y vegetales que lo recorre de extremo a extremo de la fachada.
Remata el edificio una galería semejanza de las usuales en la arquitectura renacentista aragonesa, que se articula mediante gruesos pilares y óculos ciegos, con el borde superior orlado de cadenas, abriéndose en él ocho ventanas, Corona, finalmente el conjunto un monumental alero de madera, apoyado en ménsulas de decoración vegetal, siendo de destacar, además de cuanto se lleva dicho, los artísticos herrajes de hierro forjado en los balcones y el patio interior del edificio, que conserva vestigios de su primitiva decoración.
Frente a la Casa del Almirante se alza en la actualidad otra de amplia fachada, resultante de la suma de dos edificios antaño existentes en el mismo lugar, perteneciente al Ayuntamiento eludo (que alojaba a la Policía Municipal), y propiedad de la Marquesa de San Nicolás, el otro, bastante menor en cuanto a fachada que el anterior, que por su frontera derecha enlazaba, pared por medio, con las cinco casas propiedad del mayorazgo de Lascorts. Cuyos dos edificios fueron vaciados y vueltos a reconstruir, agregándolos a las Casas Consistoriales, en el curso de los años 1990/91. La obra, realizada con pleno acierto, conservándose a la pátina propia del ladrillo artesanal, la galería de estilo aragonés ya existente, y el escudo con las armas de la ciudad labrado en piedra a fines del siglo XVI, fue realizad por la empresa Viuda de Teófilo Serrano S. A.
La casa que porta el número 31 es, junto con la del Almirante, el edifico más señorial y de mayor valor artístico de todos los que se alzan en la calle de la Rúa, figurando en su fachada, de considerable altura, dos balcones con balaustrada de hierro forjado y profusa decoración plateresca en sus dinteles y jambas, sobresaliendo, como remate de la misma, un alero de madero de influencia mudéjar, que alberga bajo su respetable vuelo la habitual galería de estilo aragonés propia de esta clase de edificios.
Una vez en su interior, destaca y sorprende la monumental caja de escalera, donde, aunque lesionados por su vetustez, perduran los torneados balaustres de barandal, así como, en función de apoyos esquineros, otros todavía más esbelto y bellos, finalizando la obra de albañilería propia del hueco en una luminosa galería compuesta de arcos conopiales y mistilíneos, de evidente sabor medieval, que nos traen a la memoria otros semejantes vistos en los exquisitos patios de las Escuelas Menores y Casa de las Conchas, de Salamanca, así como los del palacio del Duque del Infantado, joya suprema de los tesoros artísticos de Guadalajara.
Aunque, debido a sus características arquitectónicas, se puede asegurar sin lugar a dudas que el edificio corresponde al primer cuarto del siglo XVI, se ignoran otros datos respecto a su fecha exacta y nombre de su propietario-constructor, no constando en los archivos otros datos respecto a sus sucesivos dueños que el de que en 1672 pertenecía a D. José Ibáñez Luna, canónigo de la Catedral, quien colocó sobre la puerta de entrada el escudo de su apellido, contenedor de la divisa “Veritas omnia vincit” al igual que otro escudo existente en la calle de Magallón, propio de alguno de sus parientes y algo posterior de ejecución, dado que está labrado con las características propias del llamado Estilo Rococó, consistente en abundante rocallo.
A mediados del siglo XVIII, el inmueble de la Rúa pertenecía a los Ibáñez Ricart Landibar, parientes del canónigo, sin duda, a juzgar por el apellido, pero de quienes se desconocen otros datos, y a comienzos del siglo XIX a Dª Josefa Elío, viuda del coronel D. Joaquín Aperregui y Montesa, dueño de la casa colindante por su costado derecho.
El edificio que porta el número 20 corresponde, como casi todos los de la Rúa al siglo XVII. Fue propiedad, hasta 1893, de la familia Mur, una de las más distinguidas y antiguas de la ciudad, de la que fueron alcaldes varios de sus miembros, denotando la amplitud de la fachada su importancia. En la citada fecha fue adquirida por el ganadero Mäximo Pérez Clemos y su esposa, Julia Burgaleta, heredándola en 1919 su hija, María Pérez Burgaleta, casa con Rufino Zuazu López, quienes instalaron en su bajera el obrador de pastelería.
El siguiente inmueble del que acabamos de reseñar, al que corresponde los números 33,35 y 37 por hallarse hoy dividido en tres viviendas diferentes, perteneció desde comienzos del siglo XVIII, fecha de su construcción, a la familia Aperregui, de ilustre abolengo y una de las principales de Tudela, varios de cuyos miembros fueron figuras destacadas del foro y la milicia, particularmente D. Gregorio Antonio de Apérregui y Assian, Caballero del Hábito de Santiago, Gentil hombre de la Boca del Rey y Alguacil Mayor de la Inquisición de Logroño, fallecido en 1756.
Con posterioridad, y durante todo el curso de la guerra de la Independencia ya, la casa de los Apérrigui siendo, debido a las razones expresadas, hospedaje reservado exclusivamente para los jefes de máxima categoría militar que con motivo de sus desplazamientos hubieron de pernoctar o descansar en Tudela algún que otro día, entre los cuales figuraron los mariscales Sochet y Portier, el general Conde Reille, gobernador militar de Tudela, con tratamiento de Virrey, el general Vivians, su jefe de Estado Mayor, etc, etc., y diversas otras personalidades de similar categoría.
(Gonzalo Forcada Torres)
Como broche final de la historia de la calle de la “Rúa” transcribo líteralmente un poema que nos dejó escrito el costumbrista y poeta tudelano Luís Gil Gómez y que dice así:
Rúa Hidalga
Cuando yo te recorrí
¡Rúa hidalga, Rúa hidalga!
siete ángeles te cubrían
con el amor de sus alas.
Era una tarde muy buena
con frescuras de mañana,
y voceaban antiguas
las ventanas enrejadas.
En todas ventanas, cruces;
frio y silencio en las casas.
¿Quién ha dicho que no eres
tú la calle más hidalga?
¿Qué venga, le desafio?
antes que la tarde caiga,
una espada arrancaré
de hierro de tus ventanas.
Y le mataré con ella,
haré de piedra su alma.
Y haré que los siete ángeles
agiten sus blancas alas,
haré que lloren sus ojos
el carmín de la alborada
para que manchen sus losas
de la Rúa tudelana.
Esperaré silencioso
el venir de la mañana,
con el pie sobre el cadáver,
en mi derecha la espada.
Y preguntaré a cualquiera
con la voz que me dio fama.
¿Quién ha dicho que la Rúa
no es la calle más hidalga?
Luís Gil Gómez
Tudela, Junio de 1935
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