El cólera en Tudela 1885, en el mes de julio, se declaró oficialmente la epidemia de cólera en Tudela. El brote había ido extendiéndose por el país, por lo que en los meses anteriores se habían ido adoptando distintas medidas sanitarias destinadas a frenar su avance. Navarra no fue menos y el 17 de julio se procedió al establecimiento del cordón sanitario provincial con el control de viajeros y mercancías en distintos puntos y la fumigación de personas y enseres. Tudela y sus alrededores se vieron gravemente afectados por la epidemia, su virulencia se dejó sentir en los cuatro distritos en que se dividió la ciudad y en algunas familias fue especialmente doloroso. En recuerdo de lo acontecido aquellos días, mi bisabuelo, Nicolas Forcada Puy, consignó la relación de fallecidos dentro de sus parientes más próximos que fueron 9.
En las actas municipales podemos seguir de alguna manera la sucesión de acontecimientos que a lo largo de aquel verano pusieron en jaque a las autoridades, juntas sanitarias y población en general. Uno de los asuntos tratados que resulta más sorprendente, directamente relacionado con la clase médica tan aplaudida en estos días, es el que se trató con fecha 27 y 29 de julio, apenas dos días después de declararse el brote, en el que da cuenta de cómo las demandas ciudadanas se dirigieron contra los facultativos encargados de frenar la epidemia, acusándolos de la situación que vivía la población, derivada de las impopulares medidas promovidas por ellos.
“En la mañana de hoy se han reunido grupos numerosos de personas en la calle Carnicerías e inmediatas a la casa en que han fallecido doña Adela Grao y doña Lorenza Emparanza y en son de amenaza, han prorrumpido en quejas contra las autoridades y los médicos, en la suposición de que se ha adoptado el mal estado sanitario de la población, haciendo salir a los que en ella se hallaban aislados en dicha casa y después se han dirigido en número de más de cien a la Ermita de Santa Quiteria y también han hecho salir a los que en ella se hallaban aislados, habiendo expresado algunos de los señores facultativos, que han sido insultados y que temen por su seguridad individual, de lo cual da conocimiento a los señores concejales haciéndoles presente que a los señores facultativos ha ofrecido poner a su disposición para su seguridad toda la fuerza material disponible, pero que es imposible conservar una situación tan tirante que puede agravarse en cualquier momento y producir consecuencias tanto más fatales que las de la misma epidemia por lo que propone al ayuntamiento le instruya en los medios con que podrá hacerse cesar el estado de intranquilidad influyendo todos y cada uno de los concejales para destruir la atmósfera creada la cual ofrecen verificar y como uno de los clamores o pretextos es de que las personas a quienes se aísla se ven privadas de asistencia y reciben mal los alimentos y demás auxilios de la vida, se encargó a la comisión de policía que sin reparar en gastos procure adquirir local o locales donde colocar los aislados y proveer a estos de alimentos y demás necesidades de la vida”
El día 29 “el ayuntamiento manifestó su disgusto y sentimiento por la actitud de los que, desconociendo los extraordinarios esfuerzos que está prestando la clase médica, se han expresado en sentido desfavorable y aún agresivo, contra ella, cuya conducta condena el ayuntamiento enérgicamente, proponiéndose desvanecer a cualquier costa esa idea errónea, consignando la gratitud y consideración que justamente se merecen los facultativos y asociándose al propósito del señor alcalde de prestarles todo el apoyo moral y material”.
Son muchas las noticias acerca de esta epidemia en nuestra ciudad y sorprendentemente muchas de las actuaciones adoptadas hace 135 años no difieren mucho de las promovidas con este nuevo virus. Las actitudes de muchos ciudadanos también parecen repetirse y la picaresca hizo asimismo su aparición.
Aunque seguiré adjuntando alguna noticia más sobre este particular, hay una interesante tesis colgada en internet que completa muchos de los datos que las actas no nos dan y por si alguien tiene interés en saber lo que ocurría en nuestros pueblos, adjunto el enlace. https://dadun.unav.edu/handle/10171/18835
La espantada del arquitecto municipal.
Días antes de iniciarse el brote en la Tudela, ya se había comenzado a buscar locales donde alojar a los previsibles contagiados. Se fueron haciendo distintas gestiones con propietarios y finalmente se determinó que debían construirse varios barracones para alojar en ellos un hospital provisional. La zona elegida fue Griseras, pues se consideró que estaba lo suficientemente alejada de la ciudad y que, de este modo, se evitarían más contagios. A modo provisional mientras estos se construían, se habilitó el cuartel del que fuese Convento de Dominicos, que es donde se alojó en un primer momento a los militares infestados para ser atendidos por las monjas de la Caridad.
Una vez elegido el lugar, el siguiente problema que se hubo de afrontar fue el de la desaparición del arquitecto municipal, Julián Arteaga Sáenz, quien se había ausentado de Tudela unos días antes. El consistorio lo hizo llamar, advirtiéndole de la urgencia, para que regresara y dirigiera la construcción de las diferentes obras públicas que había que poner en marcha; especialmente, los barracones y varias reformas de locales. Mientras tanto, los ingenieros Eusebio Burgaleta, primero, y Luis Zapata, después, se ofrecieron voluntariamente para dirigir las obras durante la ausencia del Arteaga. Pensando que el desaparecido arquitecto podría encontrarse es su localidad natal, el alcalde de Tudela se dirigió por carta al alcalde de Arbeiza. Esto es lo que a este respecto quedó recogido en el acta de 21 de agosto:
“…el alcalde de Arbeiza, en comunicación del 18 del actual, expresa no hallarse en el pueblo el arquitecto don Julián Arteaga, quien pasó a Urra hace unos quince días, habiéndole hecho dirigir una copia de la comunicación que en 14 del actual se le remitió. Y el señor alcalde da cuenta de una carta del mismo señor Arteaga en que manifiesta su imposibilidad de venir; y el ayuntamiento acuerda oficiar nuevamente al alcalde de Urra para que intime a dicho arquitecto su presentación en esta ciudad en el término de ocho días, expresándole que de no verificarlo transcurrido ese término, se considerará de hecho, vacante el cargo”.
Al cabo de los días, el alcalde de Urra respondió a la comunicación que se le envió con respecto al arquitecto. Asimismo, también se recibió una carta del arquitecto de la que se dio cuenta en la sesión del 28 de agosto:
“…repite que no puede regresar en el plazo que se le señala y que habiéndose desarrollado en Tudela el cólera morbo después de su salida, no trata de regresar hasta que mejoren sus circunstancias sanitarias y que, a fin de no perjudicar los intereses municipales, puede desde el momento el ayuntamiento declarar vacante la plaza de arquitecto municipal sin esperar el plazo de ocho días. El ayuntamiento resuelve consignarlo y encarga a la sección de policía que provisionalmente, se valga de los conocimientos prácticos de albañiles en clase de veedores hasta que este provista la plaza de arquitecto”.
Las biografías de Julián Arteaga recogen que ejerció el cargo de arquitecto municipal de Tudela hasta 1888, ocupando a partir de entonces el mismo puesto en Pamplona hasta su jubilación en 1915. Está claro que, no siendo esto así, ocultan su vergonzoso comportamiento de 1885. Y para que no quepa ninguna duda, en el acta del 6 de octubre de ese año se dice lo siguiente:
“Consultado el ayuntamiento hasta cuando se satisfará su consignación de arquitecto municipal a don Julián Arteaga, si desde su marcha o desde que se declaró la vacante, se declara que solo debe pagársele hasta el 24 de julio puesto que el 25 se marchó sin la oportuna licencia.”
Sobre la conveniencia de los confinamientos.
En relación con el debatido tema sobre la conveniencia o no de las medidas adoptadas por los distintos países en su prevención de la expansión del coronavirus, he encontrado una curiosa semejanza con lo ocurrido en la epidemia de 1885 y años anteriores, que llevó a alcanzar distintas conclusiones en los congresos médicos realizados con posterioridad. Todos los datos están extraídos de la interesante tesis realizada por Pilar Sarrasqueta, “La epidemia de cólera de 1885 en Navarra y Tudela”, cuyo enlace puse en la primera entrega.
Del congreso celebrado en Navarra en marzo de 1886, la autora nos dice que “la aprobación de la conclusión sobre el cordón sanitario fue objeto de empeñado debate en la parte relativa al aislamiento de las poblaciones como medio profiláctico contra el cólera”. La discusión guardaba similitudes con la tenida “en la Conferencia de Roma de junio de 1885, en el que se abordó la conveniencia de las cuarentenas terrestres, los cordones sanitarios y las fumigaciones. En la Conferencia votaron en contra de las cuarentenas Inglaterra, Alemania y Estados Unidos porque: son medidas inútiles y peligrosas”.
Curiosamente países en los que hoy en día hemos visto su indecisión a la hora de aplicar medidas restrictivas. Francia e Italia no tomaron partido. Portugal, Brasil, Dinamarca y Turquía votaron a favor. España no votó porque llegó tarde. Finalmente, triunfó el parecer de Inglaterra, que argumentaba que la Conferencia no era quien para imponer a los demás países condición alguna.
En el congreso navarro avalaron “la ineficacia del cordón: que en la casi totalidad de los pueblos acordonados penetró el cólera; que en muchos de ellos causó más estragos que en otros que no habían tomado precauciones de aislamiento, y que en la mayoría ni siquiera pudo comprobarse la importación. Y en la votación se obtuvieron 28 votos a favor de la supresión del cordón y se manifestaron en contra, el Dr. Segundo Ortega, médico de Falces y el Dr. Javier Yarnoz que insertó su voto particular en la Memoria”.
En sus conclusiones desaconsejaban los cordones sanitarios por su alto coste económico y por su inutilidad para frenar el avance colérico. Argumentaban que “que el aislamiento absoluto es medio seguro de preservar del cólera a una localidad, pero es irrealizable y perjudicial, porque resultando ineficaz para preservar del mal, es dispendioso, vejatorio y ruinoso”, que solo debía hacerse “en muy pequeñas localidades privadas de relaciones comerciales y que cuenten con medios propios de subsistencia”, que solo permitían “la observación facultativa y el aislamiento de los primeros casos mientras el mal no se haya desarrollado epidémicamente” y que solo debía hacerse “en el caso de que un sujeto procedente de una localidad contaminada llegara con síntomas probables de cólera”.
“Los argumentos apuntados por el Dr. J. Yarnoz se apoyaban en la importación mediata o inmediata por persona o por efectos, el hecho comprobado de que el cólera camina en la dirección de las comunicaciones humanas y con una velocidad en su propagación directamente relativa a ellas y las estadísticas numerosas de hechos”. Además, entendía que “toda medida coercitiva ha de vulnerar intereses muy respetables y siempre atendibles, pero que el médico en el terreno profesional debe posponerlos a la salud pública, que es el objetivo a que, por el sacerdocio al que se consagra, debe converger siempre su criterio. Concluyó alegando: Si porque el aislamiento no pueda ser absoluto, si porque con él no se logra la seguridad absoluta de librarse de la enfermedad ha de rechazarse como ridículo, lo propio tendríamos que hacer con todos los medios de desinfección a los cuales no puede concederse aquella y de ese modo vendríamos a incurrir en un abandono punible”.
Interesante reflexión ya que después de más de cien años continuamos en discusiones acerca de lo acertado o no de las medidas adoptadas. Parece poco lo avanzado desde entonces a pesar del progreso alcanzado en estas materias; pero siempre cabe la duda, una vez producido un hecho como el que de nuevo ha ocurrido, de si estamos o no preparados para afrontar brotes epidémicos de este alcance, máxime cuando este se produce afectando “también” a los países supuestamente avanzados.
Articulo de Maite Forcada
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