Mujeres en la Catedral de Tudela
Isabel de Ujué (¿? – 1418)
Esteban Orta Rubio
Artículo publicado en la Revista Pregón Siglo XXI, en el Nº 68, junio 2023
La catedral de Tudela siempre merece una visita y más en estos días soleados de primavera cuando los rayos penetran amorosamente a través de vidrieras y rosetones. Tiempo pausado que nos devuelve a épocas pasadas, mientras salen a nuestro encuentro altas bóvedas, amplias naves que acogen capillas silenciosas con sugerentes retablos. Una de esas capillas, abierta al crucero y dedicada a la Virgen de la Esperanza, llama con fuerza la atención del viajero, pues alberga uno de los mausoleos más hermosos del arte navarro. Fue levantado a principios del siglo XV por Francés de Villaespesa, canciller del rey Carlos III el Noble, para guardar el cuerpo de su esposa, la tudelana Isabel de Ujué. Y allí quiso reposar también el sueño de la muerte el propio canciller
Quién era Isabel de Ujué
Isabel, nació en Tudela y vivió a caballo de los siglos XIV y XV, durante los reinados de Carlos II, el Malo y de su hijo Carlos III, el Noble, en uno de los momentos más trascendentes de la historia de Navarra. Desconocemos la fecha de nacimiento, aunque podemos situarla en la década de 1370-1380. Pertenecía al linaje nobiliario de los Ujué. Una saga poderosa que participó de modo claro en la vida política, económica y social del municipio tudelano durante todo el siglo XIV, y que tocaba su cénit cuando Isabel llega a este mundo. Los documentos guardados en el archivo municipal rebosan de personas con el apellido Ujué: alcaldes, justicias, jurados, canónigos, deanes, notarios, mesnaderos… O sea, personajes que influyeron y destacaron en la vida de la ciudad e, incluso, del reino.
Era su padre, Pedro Yeneguiz (o Iniguiz) de Ujué y su madre, Sancha Romeo, apellido del que tenemos menos referencias. Entre los parientes más cercanos hallamos a su tía, Jurdana Iñiguez de Ujué, casada en Cascante, donde poseía casonas y una buena hacienda. Lope Iñiguez de Ujué, su tío, fue Deán de la colegiata de Tudela y como tal asistió a la coronación del rey Carlos III.
Como era norma entre las hijas de la nobleza pudo educarse en algún convento. Quizás fuesen las monjas clarisas de Tudela sus maestras, como había ocurrido con Juana de Beaumont, hija ilegítima del infante Luis, vástago de Carlos II, instruida por las clarisas de Estella. La educación de aquellas mujeres de la nobleza consistía en enseñarles a leer y a escribir, así como “buenas maneras”, es decir saber moverse en la corte y, por supuesto, labores que las mantuvieran ocupadas durante las tediosas horas encerradas en sus aposentos. Es posible también que leyese algunos libros y que a través de ellos adquiriese cierta cultura. Cultura que luego utilizó cuando, tras su casamiento con el canciller asistió a banquetes y recepciones a embajadores de otros países. Seguro que conocía también varios idiomas, pues además del castellano, hablaría el latín, lengua universal de la época y alguno moderno, como el francés.
Boda en la Catedral de Tudela
En otoño de 1396 tiene lugar un hecho trascendente en la vida de Isabel de Ujué, al casarse con un personaje poderoso. Aventuramos que era muy joven, pues era habitual que el matrimonio fuese concertado y también que las jóvenes se casaran tempranamente con hombres maduros. Francisco de Villaespesa era un hombre cercano a los cuarenta años, que incluso había estado en camino del sacerdocio. Nacido en tierras de Teruel y Doctor en Decretos, llevaba al servicio de los reyes de Navarra desde el comienzo de la década de 1380. El historiador José Ramón Castro al trazar su biografía, señala que, versado en leyes, fue muy utilizado tanto por Carlos II como por su hijo en diversas embajadas, algunas de gran trascendencia política.
La pomposa ceremonia tuvo lugar en la catedral de Tudela (entonces colegiata) y contó con la presencia de los reyes, Carlos III y Leonor de Trastámara, hospedados en el castillo-palacio real que dominaba la ciudad y cuyas ruinas emergen todavía en el Cerro de Santa Bárbara. De la buena relación con la pareja real nos hablan los regalos de boda. Además de pieles y ricas telas, les asignaron nada menos que 6.000 florines de oro de Aragón, “por ayuda de su casamiento”. Y la novia, recibió dos collares de plata ornados con la divisa del rey.
Vida de casados
Pocos meses después de la boda ocurrió otro hecho decisivo. El monarca quiso compensar a Francés de Villaespesa, su fiel servidor, nombrándole Canciller del reino por “los grandes, buenos e agradables servicios que nos ha fecho et esperamos que nos fará daquí adellant”. A partir de este momento, la vida de Isabel da un salto cuantitativo y se convierte en personaje importante de la corte navarra a la que sigue en sus desplazamientos.
Precisamente en uno de estos viajes tuvo lugar el nacimiento del primer hijo. Un varón, al que nominaron como el rey: Carlos. Nació en Estella y fue bautizado en la parroquia de San Pedro el mes de julio de 1399. Tras este acontecimiento, y previendo nuevos vástagos, el matrimonio buscó un lugar estable donde pudieran ser criados y educados de acuerdo a su estatus. Se establecieron en Olite y edificaron su casa que aún subsiste en la Rua del Pozo. Allí, como bien ha puesto de manifiesto Javier Corcín, les nacieron sus hijas, bautizadas con los nombres de las hijas del rey: Leonor, Blanca, Isabel y María. Y allí, a la sombra del palacio real, Isabel y Francés, vivieron hasta su muerte.
La unión entre dos mujeres
Los Villaespesa-Ujué estuvieron muy unidos a sus reyes y la íntima relación que existía entre Carlos y el canciller, parece que existió entre la reina Leonor e Isabel de Ujué. Posiblemente uniese a las dos la soledad, pues pasaban días y meses, alejadas de los maridos. Sobre todo Isabel, por los frecuentes viajes de su esposo para tratar múltiples negocios del reino. Esta intimidad pudo influir en el ánimo de la reina que buscó el consejo de la tudelana mientras ejercía de gobernadora. Y lo vemos plasmado en la documentación, como aquella vez que Leonor perdonó a un carnicero que había cometido cierto delito. Se especifica claramente que se debía “…a la humil suplicación de nuestra bien amada doña Isabel (…) que sobre esto nos ha suplicado”. Los Libros de Cuentas muestran, también, que era convidada frecuentemente a la mesa real, no sólo en Olite sino también en otras residencias reales, como el palacio de Pamplona. He aquí, entre otros que recoge Castro, el documento que dice: “combida la reyna a la fema de mossen Francés a disner”. La íntima amistad entre las dos mujeres duró hasta la muerte de la reina Leonor, que falleció en Olite el 27 de febrero de 1415.
Vida familiar y muerte
A partir de 1405, el canciller, resentida su salud por tantos viajes y embajadas, buscó el refugio familiar y el matrimonio invirtió más tiempo en la educación de sus hijos y el cuidado de la hacienda. Fueron años venturosos, viendo crecer a los hijos y disfrutando de la benevolencia real. Pero la muerte, omnipresente en la época, vino a romper la armonía. Aún no habían transcurrido cuatro años desde la muerte de la reina Leonor, cuando enfermó Isabel de Ujué y murió en su casa de Olite, el 23 de noviembre de 1418. En el testamento hecho ante el notario Juan Pasquier (apellido de estirpe tudelana) ordenaba que su cuerpo fuese trasladado a Tudela e inhumado en la capilla familiar de la Virgen de la Esperanza. El epitafio, con hermosa letra gótica, anuncia:
“Aquí yaze la muy honorable dueñya dona Ysabel de Usue mugyer del dco mosen Francés la qoal fino en el XXIII del mes de novibre del anno de la nativit de Jhu Xpo mil CCCC el dizeocho rogat a Jhu Xpo por eila.”
Sobre el sepulcro aparece Isabel en figura yacente, de rostro delicado y ataviada a la moda cortesana de la época. Luce un vestido largo con escote en V, atado con cinturón que se ciñe bajo el pecho. Las mangas son muy amplias y adquieren gran desarrollo. Un manto grueso lo cubre todo. La cofia que hermosea su cabeza es cilíndrica, con una bonita decoración de franjas y cuentas de pequeño tamaño. Finalmente, también lleva collares de perlas, e incluso un rosario. A sus pies, entre los pliegues de la falda, emergen las cabezas de dos perrillos.
En el mismo mausoleo fue enterrado su esposo al morir el 21 de enero de 1421. Su imagen se cubre con birrete de doctor y porta en sus manos un libro y una espada, símbolos de saber y alto estatus. A los pies descansa un león. En el arcosolio que cobija el sepulcro hay, así mismo, una compleja serie de relieves donde se recrean las propias exequias de la pareja.
Y una curiosidad
Es poco conocido el hecho de que la sangre de Isabel de Ujué llegara hasta el trono de los franceses. ¿Cómo ocurrió tal cosa? María, una de sus hijas, casó con Martín de Peralta, cuyos descendientes fueron los Enríquez de Lacarra, señores de Ablitas, quienes, posteriormente, entroncaron con los condes de Montijo. Ya en el siglo XIX, Eugenia de Montijo, una bella dama perteneciente a esta ilustre familia, se convirtió en emperatriz de los franceses al casarse con Napoleón III.
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