Jerónimo de Arbolancha
Tudela, Marzo 1546 – 13/06/.1572
Poeta, autor de Las Abidas. Las noticias documentales son escasas y es preciso obtener datos biográficos de su creación literaria. En la portada de su único libro conocido, se titula “poeta tudelano” y en la hoja siguiente consigna:
“Ebro me produzió y en flor me tiene más mi raya de Río Calibe viene”.
Tudela es la única ciudad nombrada en la descripción de las regiones atravesadas por el Ebro. En su ciudad cursó los estudios de Gramática, es decir los primarios, con Melchor Enrico, tal como expone la Epístola enviada por don Melchor Enrico, maestro de Arte, a su discípulo Jerónimo Arbolancha, que figura entre los preliminares de Las Abidas. Según ella, el poeta pasó “qualque año en la Corte”.
Casó con Graciosa de Cascante, a comienzos de 1571, y en marzo del mismo año constituyó una sociedad comercial con su suegro, Jaime de Cascante, en cuya casa vivía. La situación económica del poeta debía de ser próspera, a juzgar por el número de personas que tenía en su servicio doméstico.
El testamento, otorgado un día antes de su muerte, dispone que el entierro se verifique en el monasterio de San Francisco, en la sepultura de sus padres.
La publicación de Las Abidas (Zaragoza, 1566) granjeó pronto a Arbolancha una extensa y mala fama, pues contra él y su obra arremetieron de manera acre ilustres plumas, como las de Francisco Pacheco, Tomás Quijada, Luis Baraleona de Soto, Antonio Serón, Fernando de Herrera, Cristóbal de Mena, Jorge Pitillas. Pero a todos esos censores supera en severidad el habitualmente moderado y comprensivo Miguel de Cervantes. Quizá a su animadversión deba Arbolancha que su nombre no cayera en olvido definitivo. Cervantes, en el Viaje al Parnaso (VII, 178-183) presenta al tudelano como caudillo de los malos poetas en el ataque contra los buenos:
“En esto, del tamaño de un breviario, volando por el aire un libro vino, de prosa y verso, que arrojó al contrario. De prosa y verso el puro desatino nos dio a entender que de Arbolancha eran Las Avidas, pesadas de contino.”
Los ataques desencadenados ofrecen una obvia explicación. En los preliminares de su libro, tras la citada epístola de Melchor Enriqo a Arbolancha, la respuesta de éste, también en octavas reales, va reconociendo con humildad de garabato, su fingida ignorancia en métrica, mitología, historia literaria, etc. a la vez que, cínicamente, hace un denso alarde de pedantería y vanidad erudita. Esa supuesta ignorancia, desmentida por su obra, le sirve para revelar la de otros escritores, según su retorcida crítica. Tal maligna actitud se cifra bien en estos versos:
“Concedo que no entiendo la poesía y solamente sé que no sé nada y sé que si no sé, muchos no saben y al fin no se me da que no me alaben (5r) ni yo me alquilo para hacer sonetos a los libros que se imprimen nuevamente” (6v), afirmación, por lo demás falsa, pues sí ejerció tal actividad. Bajo capa de modestia, Arbolancha señala malicioso los vicios morales o literarios de muchos clásicos y modernos, españoles y extranjeros. En muchos casos no son acusaciones explícitas, sino insinuaciones y reticencias que dejan mal parados a quienes se aplican; él no sabe de dónde toman su asunto Dante o su estilo Patrarca, pero siente la sospecha de que son plagiarios.
Tras la larga exposición de los defectos ajenos y la altiva confesión de sus aparentes limitaciones personales, su cinismo llega al máximo al concluir así:
“Porque no digo mal de estos varones
tan altos, para sentirme yo bastante
para poder llegar a sus blasones,
ni aun a poder ponérmeles delante.
Mas porque sin sufrir mil reprensiones,
nadie alcanzó la fama muy triunfante,,
y, pues de estos dijeron, tan famosos,
qué harán de mí los necios y envidiosos”.
El poeta se revela desde las primeras hojas de su libro como un humanista fervoroso, no sólo en cuanto mera posición cultural, sino como una actitud vital que informa toda su conducta. El culto a la propia personalidad y la conciencia del propio valor centran su etopeya y se manifiestan en el afán de glorificación, el desprecio hacia los demás, la petulancia y los alardes de erudición pedantesca que constituyen rasgos de la personalidad de Arbolancha, perceptibles nada más abrir su libro: la portada está cubierta en los dos tercios de su superficie por un grabado en madera que representa al autor coronado, manifestación de vanidad que no pasó inadvertida a sus contemporáneos.
El argumento o desarrollo narrativo, dividido en libros es el siguiente.
Tras una breve invocación a la musa Erato, para cantar los casos, los sucesos y fortunas de Abido, Arbolancha presenta la situación del Gargoris, confuso después de haber intentado en vano que desapareciera el hijo de su incestuoso amor. Le hace unas señales en el brazo y lo lanza al mar, a la vez que encomienda a Neptuno la protección del niño.
El dios manda recogerlo y llevarlo a una cueva del litoral, donde lo amamanta una cierva. El niño crece robusto. Cinco años después el pastor Gorgón se apodera de él, lo prohija y le pone el nombre de Abido. Ya joven, Abido, dedicado a la caza, descubre a la ninfa Isabela, que huye asustada y sufre una caída mortal. Abido se lamenta. Los pastores acuden a las exequias.
Marmarida, amiga de Isabela, cuenta la historia de su hermano, el pastor Serrano, narración con la que los pastores distraen la noche. Abido regresa a su majada y descubre que las tres hijas de Gorgón están enamoradas de él.
El pastor Verbio pide a Gorgón la mano de Afravia, hija suya que accede, pese a mantener su amor por Abido. Se casan y todos acompañan a los desposados a Hispalis. En el camino la comitiva escucha a Arbolino y Silvera y logra su conciliación.
Fiestas y torneos en Hispalis. La princesa Adriana, madre de Abido, llega al espectáculo. Los dioses deciden remediar la situación impropia de Abido y acuerdan que se enamore de Adriana. Cupido lo consigue. En los torneos triunfa el joven Albanelo.
Febetor, hijo del Sueño, se aparece como Fortuna a Abido mientras duerme y le asegura que conseguirá el amor de Adriana: debe ir a los Campos Elíseos y encontrar a Climene, diosa de la Ocasión, y sujetarla por los escasos cabellos, sin soltarla, a pesar de las espantosas figuras en que ella se mudará. Abido despierta y salta a la palestra. Es el segundo día de las fiestas nupciales en Hispalis. Adriana descubre las señales en el brazo de Abido, que se proclama campeón de lucha.
Abido, al salir la Luna, emprende camino. Cae en manos del gigante Cleantes, cuya mujer, antigua pastora en la Bética, libera al viajero.
Abido llega a los Campos Elíseos. Se encuentra con el alma de Isabela que le explica cómo de las cuatro torres del palacio manan fuentes en las que la muchedumbre impaciente intenta sumergirse para purificarse y lograr entrar, cada siete años, en el palacio, que tiene siete puertas de hierro, correspondientes a las siete virtudes teologales y cardenales.
Abido divisa a Climene, que recoge yerbas. La atrapa por los cabellos. Así obtiene la figura de Alfeo, secretario real.
Abido, tomado por Alfeo, regresa a Hispalis, donde es muy bien acogido. Adriana, llorosa, le confía su pesar: años atrás rechazó al rey Gargoris, que se hacía pasar por Rey de Bretaña, que al fin logró cumplir sus deseos; siempre había dado por perdido a su hijo, pero en los torneos había descubierto a un pastor con las señales en el brazo, y encomienda a Alfeo la búsqueda de ese pastor. Abido disimula sus sentimientos, ya filiales, y sale a buscar al pastor. Recobra su figura gracias a un amuleto de Climene, y vuelve a palacio. Como enviado de Alfeo llega a presencia de Adriana. Cuenta su historia. Adriana reconoce las señales y lo comunica a Gargoris. Este desconfía, pero acaba reconociendo a su hijo, al recordarle Adriana los funestos vaticinios que amenazaban al reino, si quedaba sin sucesión.
Según se desprende del argumento, sirve de asunto a la obra de Arbolancha la leyenda de Abido, un mito turdetano, conservado a través del relato del historiador Trogo Pompeyo. Si bien éste se ha perdido, queda un resumen, debido a Justino, que Arbolancha pudo conocer directamente, dadas sus copiosas lecturas clásicas (lo cita nominalmente en el Argumento).
Dicho asunto está tratado de una forma que puede equipararse a la de la novelística bizantina. Con el tema principal se combinan otros secundarios, cuyo amplio desarrollo llega a obscurecerlo. Así, el tema bucólico llena varios libros, produciendo al lector la sensación de estar ante una égloga o novela pastoril.
Notable desarrollo alcanzan también el tema alegórico y el caballeresco; reiteradamente se muestra el amoroso. Sin llegar a constituir verdaderos temas, la presencia continua -verdadera ostentación erudita- de amplias digresiones mitológicas, históricas, geográficas, etc., determinan uno de los aspectos más característicos de la obra.
La pluralidad de integrantes literarios de Las Abidas explica la disparidad de opiniones -dentro de su corto número- emitidas con el propósito de encuadrar la obra en un género literario determinado, aunque algunas reflejan simplemente la falta de su lectura. Un análisis minucioso permite afirmar que esta obra, de carácter politemático, se configura estructuralmente como una leyenda en verso, muy influida en su desarrollo por la novelística bizantina, en cuyo género podría inscribirse; se desenvuelve en su mayor parte en un marco bucólico que llega a desbordar al tema principal; su motivación básica es de carácter amoroso; y contiene también, con sustantividad suficiente para citarlos, motivos alegóricos, sobre todo, y caballerescos. Las Abidas supone un intento, fallido, en el camino de integración de elementos dispares que alcanzó la creación novelística cervantina.
Al poeta Arbolancha se superpone el erudito que busca las ocasiones para sacar a relucir sus conocimientos. Lo hace sin tino ni mesura, de modo que sobre su libro gravita una carga de erudición superior a la que armónicamente podría soportar, en detrimento de su valor literario. El interés hacia los acontecimientos novelescos se ve roto, en la lectura, por las digresiones; la ternura o el dramatismo se enfrían por el recuerdo de situaciones similares famosas en la tradición; la vivacidad de algunas situaciones queda apagada por una comparación sabia; etc. El resumen, el gusto por lo ornamental desequilibra la composición de la obra.
La gran variedad de modalidades métricas utilizadas en Las Abidas puede clasificarse, en cuanto a su función expresiva, en tres grupos: estrofas en metros cortos; estrofas regulares en metros de arte mayor; endecasílabo blanco. El primer grupo está al servicio del lirismo; el segundo corresponde al estilo directo en boca de personajes o a textos que se citan, generalmente con función narrativa; el tercero, también narrativo, constituye el armazón básico de la obra, en el que se intercalan composiciones de los dos primeros grupos establecidos. La calidad es buena en el primero; mediocre en el segundo; muy defectuosa en el tercero.
El endecasílabo blanco en largas tiradas cumple una función equivalente a la prosa en las novelas pastoriles, aunque no quepa, en rigor, identificarlo con ella. Como alarde expresivo, buscó Arbolancha el uso de tal forma, canónicamente superior a la prosa, llevado por su ambición literaria. El verso blanco, en series no fijas, facilitaba la soltura narrativa -si bien Arbolancha no la alcanzó- a la vez que prestigiaba por su semejanza con la métrica clásica.
Los notables aciertos poéticos de las composiciones tradicionales -acreditativos del buen hacer de Arbolancha- quedan lastimosamente perdidos en el desaliño que afecta a los aproximadamente once mil endecasílabos narrativos.
Como valoración global de Las Abidas cabe pensar que Arbolancha pretendía la creación de una épica culta, de materia nacional histórico-legendaria, henchida de erudición clasicista y modelada por un estilo latinizante.
Bibliografía
- Jerónimo de Arbolancha – Centro de Estudios Merindad de Tudela – PDF
- Arbolancha, Las Abidas. Ed., est., vocab. y notas de F. González Ollé. (Madrid, 1969-72), 2 v.
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