(Tudela, 1752-1814) fue un destacado archivero y anticuario, conocido por su meticulosa labor de catalogación y su contribución a la preservación de importantes documentos históricos.
Nacido en una familia modesta de Asturias y Castilla, su padre era librero, lo que sin duda influyó en su temprana afición a los libros. Cuando los jesuitas tuvieron que abandonar Tudela en 1767, el Ayuntamiento le encargó ordenar y examinar los manuscritos del convento extinguido. En 1770, publicó su “Arte de leer instrumentos antiguos de todos los siglos desde su invención” y en 1771, sus “Memorias y antigüedades de la ciudad de Tudela”.
Fue nombrado archivero diocesano de Tudela, y su reputación como experto en archivos llevó a muchos aristócratas y eclesiásticos a encargarle la ordenación de sus archivos. Catalogó y ordenó los archivos de la catedral de Cuenca, las casas de los condes de Montijo, Montealegre, Duque del Infantado, Marqués de Vadillo en Madrid; y desde 1789 a 1793, el importante archivo de la Orden de Santiago en Uclés, lo que le valió el título real de Archivero General de la Orden de Santiago, otorgado por Carlos III en 1793. También fue nombrado académico correspondiente de la Real Academia de Historia.
A su regreso a Tudela, se le ofreció ordenar el archivo de la Orden de San Juan de Jerusalén en Navarra desde Pamplona. Como no pudo trasladarse a la capital, el archivo fue llevado a Tudela. Pasó 16 años en Zaragoza catalogando el archivo de la Orden de San Juan en esa provincia.
En 1808, Carlos IV le nombró Oficial Primero del Archivo de la Primera Secretaría de Estado, cargo al que renunció, prefiriendo establecer su residencia en Tudela, aunque realizó salidas y viajes esporádicos a diferentes archivos.
Poseía una vasta biblioteca con raros ejemplares de toda índole, gracias a su profesión de librero y a sus aficiones. Sin embargo, fue totalmente expoliada durante la invasión francesa, por lo que en su testamento no aparece ningún dato al respecto.
Su incansable labor y capacidad quedan patentes en su numerosa obra, que incluye el “Libro Nuevo de Hermandad o Cofradía del Santíssimo Sacramento”, fundada en la Santa Real Iglesia Catedral de la ciudad de Tudela del Reyno de Navarra (1787), y las “Notas del anticuario D. Juan Antonio Fernández”, natural de Tudela, entre otras.
De su intensa labor de catalogación en los Archivos de la Orden de San Juan de Jerusalén quedan como constancia diferentes inventarios de documentos que sirven hoy para remediar la falta de originales perdidos.
En su tiempo, Fernández fue considerado una autoridad en paleografía, epigrafía, numismática y otras ramas de la historia. Su legado perdura en la rica colección de documentos y manuscritos que catalogó y preservó para la posteridad. Su vida y obra son un testimonio de la importancia de la preservación del patrimonio documental para la comprensión de nuestra historia.
Uno de sus relatos curiosos
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