La necrópolis celta de Arguedas
Primeros datos sobre las campañas de excavación de 1989-90
JUAN JOSÉ BIENES CALVO
Preminilares
Corría el invierno de 1942 cuando Blas TARACENA y Luis VÁZQUEZ DEPARGA realizaron la conocida exploración del Castejón de Arguedas1, tras las, que según ellos denominan, «tenaces gestiones» de su primer investigador don Jesús Etayo, quién hacía 16 años ya publicó las primeras noticias sobre este yacimiento2.
Las diferentes catas arqueológicas que practicaron en el monte pusieron al descubierto una serie de muro de habitaciones, regularmente conservadas, pertenecientes a tres niveles de poblamiento. El poblado del primer estrato pertenece a una población romanizada del S.I d. C., con la aparición de escasas tégulas, algunos vasos de terra sigillata y mayor cantidad de cerámicas de tradición indígena. El segundo nivel corresponde a una población prerromana, con cerámicas realizadas torno, del tipo denominado celtibérico, perteneciente a la II Edad del Hierro, dentro de la influencia del área vascona. Y, por último, el nivel más antiguo correspondía a una secuencia cultural caracterizada por cerámicas fabricada a mano, sin torno, que los autores fechan en una etapa final de la I Edad del Hierro. El hallazgo de muros de mampostería pertenecientes a las viviendas y la ausencia de muros de anchura considerable llevaron a concebir la hipótesis de que el poblado careció de muros defensivos en todas sus etapas. Esta hipótesis es muy arriesgada teniendo en cuenta la fuerte erosión que ha sufrido el cerro, formado por arcillas y yesos muy deleznables; también hay que tener en cuenta que poblados cercanos a este, inéditos hoy en día, como puedan ser San Gregorio en Tudela y La Mesa en Ablitas cuentan con restos visibles de fortificación
Aparte de los tres niveles, se habla de que en la zona más alta del monte se recogió algún fragmento de cerámica medieval en superficie, sin que apareciese ningún estrato arqueológico de esta etapa, pudiendo pertenecer a una pequeña atalaya de vigilancia comunicada con las fortificaciones de la cercana Arguedas.
Descubrimiento
No sería de extrañar que, durante los trabajos de excavación, don Blas TARACENA dedicara algún tiempo a buscar la necrópolis del poblado, acción que pudo ser totalmente infructuosa debido a que estaría totalmente oculta por la vegetación esteparia de la zona, como curiosamente lo demuestra el hecho de que una de las fotografías que acompañan al artículo de 1943 (Lam. I, Fot. 6) está realizada desde el mismo lugar de la necrópolis; una plana de poca altura con respecto a la vega del río Ebro y distante unos 600 mts. del poblado.
Hacia el año 1986 se comenzó a roturar esta zona para la siembra de cereal de secano. El subsolador rompió un gran número de enterramientos, provocando el esparcimiento de las cenizas por el área de la necrópolis, dejando una intensa mancha de color oscuro destacando del color natural del terreno.
La noticia de su existencia llegó a partir de su hallazgo por parte de buscadores con detector de metales, quienes han dedicado más horas a la prospección de yacimientos que las propias instituciones oficiales. Desde la fecha de su descubrimiento se han ido extrayendo de la tierra roturada una gran cantidad de objetos de ajuar, tales como torques, cuentas de collar, botones, fíbulas, agujas, anillas y broches de cinturón
El peligro que suponían las sucesivas roturaciones y que el conocimiento de la necrópolis pudiera llegar a oídos de grupos organizados, dedicados más a la venta de objetos que al coleccionismo particular, llevó a que con un grupo de arqueólogos y miembros del Centro de Estudios «Merindad de Tudela», solicitara el correspondiente permiso y una pequeña subvención con que costear una pequeña campaña en el año 1989.
La primera Campaña de excavación 1989
Realizada en la primera quincena de octubre, supuso la primera toma de contacto con la necrópolis.
Metodológicamente se trazaron las líneas de unos ejes cartesianos que sirvieran para futuras campañas y se formó una cuadrícula con espacios de 1 m. cuadrado. Después de procedió a marcar tres catas, distanciadas, de 4 X 4 mts.
Primeramente, se eliminó el nivel revuelto o capa de roturación, del que se recogieron numerosos fragmentos de cerámica, la mayor parte realizada sin torno, aunque también aparecieron escasos fragmentos de tipo celtibérico, y algunos objetos de bronce, principalmente cuentas de collar.
A unos 35 cm. de profundidad se llega a los niveles intactos, observándose perfectamente marcadas en paralelo las estrías del subsolador. Por fortuna, las sucesivas roturaciones del terreno nunca han superado esta cota, ya que según comentaron los propietarios de la finca, debido a la aparición somera de piedra de yeso, nunca optaron por labores profundas.
La aparición de manchas de ceniza circulares presagiaba la rotura de las urnas cinerarias, pero desconcertaba el hecho de que aquéllas se encontraran en niveles intactos. Una exhaustiva limpieza de la cata puso en evidencia que la tipología de los enterramientos de la Necrópolis de El Castejón difería en gran manera de la forma en que se habían realizado los de las necrópolis más cercanas, como son La Atalaya de Cortes y La Torraza de Valtierra.
Los restos de la incineración no estaban introducidos en una urna cineraria; más exactamente no existía dicha urna, estando las cenizas y los restos depositados directamente sobre el suelo.
Tampoco se veían colocados los vasos de ofrendas, sino que éstos, cuando se encontraban, aparecían fragmentados, revueltos con los restos y muy incompletos, siendo lo normal hallar pocos fragmentos, aun en manchas de cenizas que no habían sido dañadas tan seriamente por los tractores.
Otro dato, más interesante todavía, fue el descubrir que la mayor parte de estas manchas de ceniza y restos estaban rodeadas por adobes, que en origen formarían un túmulo que envolvería los restos, dejando perfectamente señalado en enterramiento dentro del espacio de la necrópolis.
Las tres catas realizadas en 1989 afectaron, con una pequeña ampliación, a 52 mts. cuadrados, descubriéndose 16 incineraciones: 13 con estructura tumular de adobes y 3 sin ella. La mayor parte de los túmulos apenas contaba con unos pocos centímetros conservados del estrato de la incineración, habiendo sido destruido el resto.
La segunda campaña de excavación 1990
Realizada en la segunda quincena de agosto y la primera de septiembre.
Con la experiencia obtenida el año anterior se procedió a realizar una excavación en extensión que diera una visión más amplia de los enterramientos y dejara ver la disposición de los túmulos. Para este fin se marcó un cuadro de 100 mts. cuadrados (10 X 10 mts.).
Al igual que la vez anterior se eliminó la capa de roturación, evidenciándose una primera diferencia: la abundancia de materiales cerámicos y metálicos era notablemente superior, lo que hizo presagiar una mayor destrucción de los túmulos y por consiguiente mayor afloramiento de materiales, lo cual, afortunadamente, fue una suposición errónea, pues el hecho respondía a ser una zona más rica en ajuares, como pudimos comprobar.
Tras la limpieza exhaustiva de la parte superior del nivel intacto, se volvieron a apreciar las estructuras de adobes rodeando las cenizas, pero destacaba la alta densidad de enterramientos, pues en total se llegaron a contabilizar 45 incineraciones (Foto 1, Figura 1).
Con la aparición de este alto número de ejemplares, se ampliaba la variedad de tipos, teniendo túmulos pequeños de forma poligonal; otros, mayores, circulares; algunos formados por piedras; otros que presentaban adobes en el centro de las cenizas; o diferentes grados de conservación, llegando en ocasiones a estar intacto el núcleo.
Tras la excavación del interior de los túmulos y al apreciar que en el suelo de los enterramientos se observaban nuevos restos de adobes y cenizas, se procedió a realizar un pequeño sondeo de 4 mts. cuadrados, cortando alguno de los túmulos mejor conservados. Este sondeo dio como resultado la aparición de un segundo nivel de enterramientos, contando con un ejemplar de túmulo que había sido arrasado en unas labores de nivelación para realizar un nuevo suelo de la necrópolis; este túmulo conservaba la incineración intacta.
El sondeo que anteriormente se citaba proporcionó la seriación de unos niveles arqueológicos que en la investigación vienen definidos de la siguiente manera (Figura 2):
-Nivel a.- Nivel revuelto como resultado de las labores de roturación. Con una potencia de 35 cms., en él se recogen fragmentos de cerámica y objetos metálicos y no metálicos que originariamente estaban formando parte de los ajuares en las incineraciones y que ahora se encuentran dispersos por el terreno.
-Nivel b.- También es un nivel revuelto, aunque de época antigua, contemporáneo de la necrópolis. Es la tierra que está rodeando los túmulos, producto del deterioro de los mismos por la erosión o por posteriores enterramientos. No se caracteriza por ser excesivamente rico en hallazgos.
-Nivel c.- Formado por las cenizas contenidas en los túmulos del nivel superior. De él se han recogido los restos óseos de la incineración y los objetos de los ajuares.
-Nivel d.- Al igual que el nivel b, se encuentra rodeando los túmulos, pero en este caso los del nivel inferior de enterramientos.
-Nivel e.- Corresponde a las cenizas del nivel inferior de enterramientos. Aunque con un número reducido, también ha dado importantes restos.
-Nivel f.- Se sitúa por debajo del nivel inferior de enterramientos, entre el suelo de éstos y el terreno natural de yesos. Este nivel se formó al realizar la nivelación de las irregularidades del terreno natural para conseguir un suelo natural donde colocar los túmulos. Con escaso material debido al poco terreno excavado, aún se pudieron recoger unos importantes restos óseos de équidos.
Los túmulos
Forman la mayor parte de los enterramientos de la necrópolis, a excepción de algunas manchas de cenizas en las que no se observa ningún tipo de estructura o cubierta asociada a ellas.
A excepción de dos únicos casos que estarían formados por un pequeño túmulo de piedras con unos diámetros de 92 y 96 cms., todos los demás están construidos con adobes, que formarían una estructura tumular por aproximación de hiladas, llegando a colocar amontonamientos de piedras pequeñas al interior, sobre las cenizas, para evitar el hundimiento.
Existen túmulos de diferentes dimensiones, poligonales, ovales y circulares que oscilan entre unos mínimos inferiores al metro y máximos superiores a los dos metros, siendo los más numerosos los que tienen una media de 1,20 mts. Los más pequeños dan una estructura poligonal, incluso cuadrada, debido a la articulación de grandes adobes.
Los adobes que están formando los túmulos no tienen la misma medida, ni siquiera los que están formando parte del mismo túmulo. Hay adobes de gran tamaño (50 X 27 cms.) junto a túmulos que presentan adobes cuadrados (31 X 29 cms.).
Algunos de estos adobes se encuentran deformados para poder ajustarse, lo que proporciona la idea de que se realizan durante el ritual y se colocan sin dejar secar. La observación de que un gran número de adobes presenta parte de su superficie con síntomas de haber sufrido hasta cierta cocción y se diferencie un cambio de coloración del exterior al interior al realizarse un proceso de oxidación-reducción, indica que los adobes recién hechos tuvieron contacto con una fuente de calor, que bien pudo ser la pira funeraria o el contacto con las cenizas y restos, todavía calientes, cuando se procede a la construcción del túmulo.
Siete túmulos de la excavación de 1990 contenían en su interior, si no de forma completa al menos suficientes indicios de haberlos tenido, dos adobes paralelos y separados, colocados en el centro de las cenizas. Curiosamente, entre ellos se encontraban los principales restos óseos, como si se hubiera querido formar una pequeña cámara en el interior del túmulo.
Los ajuares
Del interior de los túmulos se han recogido, junto con los restos óseos, todos los elementos personales y ofrendas que forman parte del ajuar funerario (Figura 3).
Pese a la cremación, hay piezas bien conservadas, siempre dependiendo de la temperatura que se haya alcanzado en la pira; encontrando desde piezas retorcidas y fundidas por el calor hasta otras que no han sufrido deformaciones sino la oxidación propia de estar siglos bajo tierra.
Formando parte de los ajuares, aunque no de una forma personal, incluiremos las cerámicas. Existen gran variedad de formas y tamaños, predominando lógicamente, los pequeños vasos de ofrendas, principalmente las formas globulares con pequeño cuello vertical. Destacan los fragmentos de cerámica decorados con pequeñas aplicaciones plásticas de cordoncillos y mamelones.
Todas las cerámicas están realizadas sin torno, apareciendo solamente las torneadas en los niveles de superficie.
Los elementos metálicos son los más abundantes y los más ricos, empleándose materiales como el bronce, hierro, plata y oro. Unos ajuares muy ricos para lo que en apariencia se trata de un poblado de pequeñas dimensiones.
Los torques ocupan un lugar principal por su vistosidad. Son frecuentes los fragmentos encontrados en el interior de los túmulos. Todos fragmentados a excepción de un ejemplar completo con terminaciones en tampón y decoración gallonada. La mayor parte de los torques hallados son delgados y lisos, acabados en bola.
En número mayor aparecen las fíbulas, con ejemplares en cada una de las mejores incineraciones. La mayoría corresponde a las de botón, siendo las denominadas navarro-aquitanas, con apéndices laterales en los extremos del resorte, las más llamativas; de éstas hay importantes ejemplares de hierro que alternan en la decoración de sus apéndices discos de hierro y bronce. En número destacado aparecen las de botón simple, de arco o de bucle, y con menor número de ejemplares las de doble resorte o las de placa decorada.
En menor cantidad aparecen los broches de cinturón. Los ejemplares más usuales en la necrópolis son los de placa rectangular con un solo enganche; aparecen lisos, pero también con sobrias decoraciones de círculos concéntricos. También hay ejemplares con escotaduras, calados y remaches decorativos, todos ellos de un solo enganche, habiéndose encontrado escasos restos de serpentiformes de la parte contraria del cinturón.
Sin duda los elementos más numerosos son las cuentas de collar. Los tipos más normales son las anulares y las tubulares en espiral, apareciendo en menor cuantía de forma esférica y cruciforme. Asociadas a estas cuentas, aparecen una serie de trabillas de bronce, cuya finalidad es la de unir, en paralelo, hiladas de cuentas diferentes, formando un collar complejo.
Aparte de las cuentas de collar metálicas, también hay ejemplares de cerámica y pasta vítrea, siendo muy escasas las de hueso y las de piedra.
Entre los ajuares también se han encontrado otros elementos metálicos, como son anillas de diversos tamaños, anillos, pulseras, brazaletes, botones, grapas semiesféricas para decoración de cuero o tela y unas curiosas pinzas.
También hay algunos elementos no metálicos, como son algunas fusayolas de cerámica y hueso, y las canas, realizadas en piedra en su totalidad.
Restos óseos
Además de recoger el material de los ajuares, de entre las cenizas se extrajeron todos los restos óseos que contenía el interior de cada túmulo.
Los restos, aparte de calcinados, se encontraban reducidos a pequeños fragmentos, cuyo número variaba sensiblemente de unas incineraciones a otras. De esta manera tenemos incineraciones con unos escasos gramos de huesos, incluso llegando a no aparecer nada más que cenizas, frente a las mayores acumulaciones que llegan a pesar más de 800 grs.
En un futuro no muy lejano, el análisis de carbono 14 y el estudio antropológico de los huesos dará fechas absolutas y nueva luz al estudio de los pobladores del Valle Medio del Ebro.
El ritual
Del estudio de los restos hallados en el interior de los túmulos podemos deducir algunos datos sobre el ritual o manera de realizar la incineración.
No se observan indicios de que la incineración se realice en el mismo lugar del túmulo, lo que hubiera provocado una alteración ocasionada por el calor en el suelo de la necrópolis, así como una mancha de cenizas que excedería de los límites de los túmulos pequeños y de mediano tamaño. También aparecen entre las cenizas pequeños cantos de río (grava) que de forma natural no se encuentran en el monte, por lo tanto, vienen con las cenizas de una zona diferente. Otro dato a tener en cuenta es el hallazgo de piezas incompletas y una cantidad escasa de huesos con el foco de cenizas bastante intacto, lo que supone una selección de los restos previa a su transporte. Todo ello hace evidenciar la presencia de unos «ustrina» que incluso pueden no encontrarse junto al área de túmulos.
En la pira funeraria se coloca el cuerpo con sus correspondientes objetos personales, que componen el ajuar. Pero también se colocan con él los vasos de ofrendas, razón por la cual aparecen fragmentados, incompletos y mezclados con las cenizas. Muy pocos son los túmulos que han proporcionado vasos de ofrendas, siempre fragmentados, con su perfil completo.
No existe urna cineraria. En ningún caso se han encontrado los restos de la incineración introducidos en una cerámica, aunque los huesos han sido partidos hasta conseguir fragmentos pequeños siguiendo el ritual general. Siempre se ha depositado la ceniza y los restos directamente sobre el suelo.
Paralelos y cronología
Las necrópolis con túmulos de adobe son de reciente descubrimiento dentro del panorama de la investigación de la Edad del Hierro en la Península Ibérica.
Hasta el momento la mayor similitud la encontramos con la necrópolis de Epila, tanto por las estructuras de los túmulos como por el material y la deposición directa de las cenizas en el túmulo, sin la presencia de urna.
La necrópolis de Epila da unas cronologías absolutas con una antigüedad que oscila entre 2560 y 2330 años. A falta de unos análisis del mismo tipo para la necrópolis de Arguedas, podemos dar unas dataciones relativas comprendidas en las mismas fechas, S. V-IV a. C.
1 TARACENA, Blas y VÁZQUEZ DE PARGA, Luis. «Excavaciones en Navarra: Exploración del Castejón de Arguedas» Revista Príncipe de Viana, nº XI, pgs. 129-159. 1943, Pamplona.
2 ETAYO, Jesús. «Vestigios de población ibero-romana cabe Arguedas», Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos de Navarra. Tomo XVII. pgs. 84-90, 1926. Pamplona.
3 PÉREZ CASAS, Jesús Angel. «Las necrópolis de incineración en el Bajo Jalón», III Simposio sobre los Celtíberos, pgs 111-121, Daroca 1988, Zaragoza 1990.
4 ROYO GUILLÉN, José Ignacio. «Bronce Final y I Edad del Hierro en el Valle de La Huecha (Zaragoza). Memoria de licenciatura inédita».
«Las necrópolis célticas del área occidental aragonesa y la transición C.U./ Ibérico antiguo en el Valle Medio del Ebro». III Congreso General de Historia de Navarra. 1994. Pamplona.
Tercera campaña de excavación.
La tercera campaña de excavaciones realizada en la Necrópolis de El Castejón de Arguedas, se efectuó entre los meses de septiembre y octubre de 1994.
En esta ocasión se planteó una cata de 50m², que sumados a las campañas anteriores hacen un total de 205 m² excavados.
Las dos campañas precedentes -1989 y1990- pusieron en evidencia que se trataba de una rica necrópolis formada por estructuras tumulares, de adobe en su mayor parte, con una gran densidad de incineraciones: la campaña de1990, con 103 m², contabilizó 45 incineraciones.
Nada usual en las necrópolis de Edad del Hierro, se advirtió la inexistencia de urnas cinerarias, ya que las cenizas se depositaban directamente sobre el suelo, rodeándose después por los adobes. Todo el ajuar, incluidos los vasos de ofrendas, habían sido quemados en la pira funeraria, razón por la cual las cerámicas aparecían fragmentadas y casi siempre incompletas.
La campaña de 1994 se planteó en base a conseguir más datos sobre un segundo nivel de enterramientos que se localizó en la campaña de 1990. En aquella ocasión sólo se profundizó en 4 de los 103 m² de toda la cata, por lo que en esta ocasión se procedió a agotar niveles en la mitad del rectángulo de 10 x 5 mts, dejando la otra mitad con las incineraciones del primer nivel.
Los resultados fueron similares a años anteriores, repitiéndose la gran densidad de incineraciones, 27, incluyendo todos los niveles de excavación, a los que hay que añadir un desdoblamiento del primer nivel de cremaciones, diferenciando aquellas que se encontraban más deterioradas por los trabajos agrícolas, y que estaban más superficiales, de las otras del primer nivel algo más profundas y mejor conservadas.
La excavación en profundidad de 25 cm, supuso obtener materiales de 11 incineraciones pertenecientes al nivel más antiguo de la necrópolis, aunque la comparación de las tipologías, tanto de la cerámica, como de los objetos metálicos, no parece tener grandes diferencias entre los dos niveles, salvo con algunas de las incineraciones más superficiales, donde aparece algún fragmento realizado a torno y fíbulas de placa. A expensas de los resultados de C-14, todos los materiales indican una cronología de una I Edad del Hierro tardía, S. V-IV a C.
Otros datos de gran importancia que aportó la tercera campaña fueron relativos a la morfología de los túmulos. En tres ejemplares de gran diámetro, existía un sobre túmulo, realizado en piedras de yeso, que estaría cubriendo el primer túmulo original de adobes, aunque no sabemos si afectaría a la totalidad del túmulo o sólo sería un anillo de protección perimetral y delimitación.
También se constató la evidencia, ya aparecida en algunos túmulos de campañas anteriores, de que entre el foco central de las cenizas y la cubierta de adobes hay un relleno de piedras pequeñas de yeso, cuya función sería apelmazar el núcleo e impedir el hundimiento de los adobes hacia el interior. Esto se pudo comprobar en un túmulo perteneciente al nivel inferior, que conservó intacto el interior. Como caso único en las tres campañas, apareció un túmulo marcado por una estela rectangular, de piedra caliza, estableciendo una orientación hacia el Este. Estas necrópolis con túmulos de adobe son de reciente descubrimiento dentro del panorama de la investigación de la Edad del Hierro de la Península Ibérica. Esperemos que en próximos años su descubrimiento vaya en aumento, tanto por el hallazgo de nuevos lugares o por la reexcavación con mejores técnicas de las ya conocidas, lo que aportará un mejor conocimiento de los movimientos de población que tuvieron lugar en el Valle del Ebro entre los límites de I a la II Edad del Hierro.
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