UN SIGLO DEL QUIOSCO DE LA PLAZA NUEVA
Esteban Orta Rubio
Si Tudela tiene un lugar entrañable es, sin duda, la Plaza Nueva. Y dentro de ella, luciendo su estilo modernista, se alza el quiosco. Hoy, pasadas las décadas de auge musical, luce un tanto mustio, dejándose querer de los niños que suben y bajan las escaleras, asomándose, curiosos, a las terrazas de bares que lo rodean. Sólo en las Fiestas Patronales recupera aquel espíritu musical para el que fue concebido. En las noches santaneras suenan desde su templete los gaiteros interpretando la Jota de Tudela. Luego, la banda municipal toca machaconamente la Revoltosa, mientras un río humano danza al ritmo de la música. Es entonces cuando el quiosco parece rejuvenecer y volver a su lejana juventud.
Precisamente, este mes de julio se cumple un siglo de su presentación en sociedad. Según las Actas Municipales, el 9 de julio de 1921, Nicasio Martínez se presentó en el ayuntamiento y afirmó que “hace entrega del kiosco construido en la Plaza de los Fueros”. Señalaba, orgulloso, que había “cumplimentado el triple encargo que se le confirió, o sea: desmontar y trasladar la fuente, construcción del kiosco e instalación en el mismo del alumbrado”. La fuente a que se refiere era conocida como “de los angelotes” y se ubicó después en el Paseo de Invierno. Años más tarde, en plena Guerra Civil, fue destruida por la aviación republicana en aquella luctuosa jornada del 13 de agosto de 1937, en la que murieron trece personas, entre ellas varios niños.
PROYECTO Y REALIZACIÓN
¿Cómo y por qué fue la construcción del quiosco? Para conocerlo debemos acudir a dos fuentes principales: las Actas Municipales y la Prensa. Sabemos que llevaba algún tiempo en proyecto hasta que el ayuntamiento, presidido por el alcalde Ruperto Cuadra, decidió en sesión de 8 de enero de 1921 sacarlo a concurso, por instancia del concejal de festejos Anselmo Blanco. A partir de aquí todo fue muy rápido. Abierto el plazo, se presentaron seis proyectos y, en marzo, se eligió el que portaba el lema: “Banda Municipal de Tudela”. Su autor era Nicasio Martínez, pintor y profesor de dibujo en Castel Ruiz. En segundo lugar quedó el titulado “Angelito”, de Carmelo González. El proyecto ganador – como era costumbre- estuvo expuesto en el escaparate de una céntrica tienda según publicaba el semanario local El Porvenir Agrícola con fecha 13 de marzo:
“Hemos tenido ocasión de admirar el artístico proyecto premiado con la adjudicación, entre los diferentes presentados a estudio, por el M.I. Ayuntamiento, el cual se halla expuesto en el escaparate de la tienda de la señora viuda de Moneo (…) El plano ha merecido unánimes elogios para su autor y realizado será una obra acabadísima que ha de ser de gran ornato para la Plaza Nueva”
La parte de albañilería la asumió José Calonge y la relativa al complicado herraje, el herrero Santiago Marsellá. Tras varios meses de trabajos en los que no faltaron guasones y críticos, tanto que hubo de rodearse de cañizos “para impedir la curiosidad e impertinencia de los visitantes”, la obra fue inaugurada poco antes de las fiestas patronales. Por cierto, el alcalde que la recibió no era ya Ruperto Cuadra, pues había dimitido en abril por motivos de salud. Le sustituyó Pedro Clemos, hasta entonces primer teniente alcalde, quien fue elegido por sus compañeros de corporación.
Allí estaba flamante el quiosco modernista que aún hoy señorea la Plaza Nueva. Destacaba su estructura poligonal con una original cubierta a varias vertientes, rematada por una pequeña linterna con vidrieras; así como los cartelones calados con el nombre de cuatro eminentes músicos navarros: Sarasate, Eslava, Gayarre y Gaztambide. Si leemos la prensa de la época, parece que quedaban lejos las guasas riberas del comienzo y sobre el autor llovían alabanzas. El Porvenir Agrícola, en su número de 17 de julio, decía:
“Hoy todo son elogios y alabanzas, cuando al inaugurarse en la noche del domingo, el público, verdaderamente extraordinario, pudo apreciar el aspecto fantástico por la elegancia de su construcción, la disposición de los focos eléctricos y la clara percepción de los sonidos, que concurren juntos en la acabada obra” Y continuaba: “La Plaza de los Fueros con ese elegante y magnífico artefacto se regocija de su ascenso a plaza de capital.”
No quiso quedar atrás el consistorio, y el alcalde Sr. Clemos envió el 28 de julio, en plenas fiestas de Santa Ana, un escrito a Nicasio Martínez haciendo constar “que el pueblo y el ayuntamiento de Tudela han quedado altamente satisfechos del trabajo realizado, que ha respondido con exceso al proyecto presentado”. A la par, proponía a la Comisión de Hacienda concederle una gratificación por las mejoras introducidas. Pero aquí surgió la polémica, puesto que Carmelo González – recordemos que había quedado en segundo lugar- se opuso a la misma alegando que, además de sentar un mal precedente, Martínez no había cumplido con las condiciones planteadas en su memoria. La polémica llegó, incluso, a la prensa local, manteniendo opiniones encontradas El Eco del Distrito con El Anunciador Ibérico. La Comisión llamó a declarar a ambos artistas y cada cual expuso sus argumentos. Nicasio Martínez, redactó un escrito donde explicaba en doce apartados “los aumentos y mejoras que espontáneamente (en cursiva en el original) he introducido en la construcción y ornamentación del kiosko para la Banda Municipal de Tudela sin alterar lo más mínimo la esencia del proyecto, y sin aspirar a que se me concediese indemnización alguna por dichas mejoras.” Al final, la Comisión de Hacienda, vistos también los informes de los peritos, expuso “su firme convencimiento de que los reparos alegados por el señor González, no afectan a la sustancialidad del proyecto y que en nada alteran lo que constituye la esencia del mismo”. Además, vistas las evidentes mejoras “y el aplauso unánime del vecindario” se adhería a lo propuesto por el Ayuntamiento. Éste aprobó por unanimidad gratificarle con 250 pesetas.
Con ello se zanjó el asunto. El Porvenir Agrícola, llamaba a la concordia y animaba a que ambos artistas, “marchen al unísono para toda obra que se ejecute en nuestra ciudad ya que los dos pueden comprometer su lápiz en reñido concurso con elementos de fuera.” Y puede que pronto se olvidase el asunto pues aquellas fiestas de 1921 estuvieron marcadas por las trágicas consecuencias de la Guerra de África tras el llamado Desastre de Annual, con millares de soldados muertos o desaparecidos.
¿QUIÉN ERA NICASIO MARTÍNEZ?
El diseñador del quiosco y principal personaje en esta historia era un hombre animoso a punto de cumplir los cuarenta años. Había nacido en Murchante en 1881 y en plena infancia, al morir sus padres, fue recogido en Ablitas por don José Lázaro Galdiano, el famoso mecenas y coleccionista de arte, que por entonces habitaba una casa señorial de la plaza principal. Las obras de arte que atesoraba el caserón puede que despertaran en el niño el sentimiento artístico que llevaba en su seno. Eso al menos pensaba su hija María Luisa y así lo contó en un artículo aparecido en el Programa de Fiestas de Murchante del año 1996.
De Ablitas marchó a estudiar con los Padres Claretianos, familiarizándose allí con el griego, latín y francés. Sin embargo, problemas de salud le obligaron a dejar la vocación sacerdotal, y buscó nuevo rumbo a su vida. Se estableció en Zaragoza como profesor de dibujo y proyectista en fábrica de vidrieras y en 1913 se casó con Carmen Martínez, también originaria de Murchante, e hija de Plácido Martínez, un personaje polifacético, empresario, inventor e incluso profesor de dibujo en Tudela, al que dediqué un artículo publicado en la Revista del Centro de Estudios Merindad de Tudela (nº 23, 2015). Nicasio y Carmen, se trasladaron a la capital ribera en 1916, al conseguir tras oposición una plaza como profesor de dibujo lineal en Castel Ruiz. Su labor pedagógica en Tudela, según el historiador Pablo Guijarro, fue un éxito con aumento significativo de alumnos que seguían su asignatura y que obligó a desdoblar la misma en dos clases. Entre sus numerosos discípulos -algunos muy destacados- sobresalió Miguel Pérez Torres (1894-1951), que en 1922 obtuvo una medalla de tercera clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes.
Durante su estancia en Tudela, Nicasio Martínez compaginó la docencia con la pintura, singularmente de tema religioso, donde fue creándose amplia clientela. Tanto que hacia 1926 decidió buscar nuevos horizontes en Zaragoza. Y fue un acierto, pues en ella encontró su arte mayores altavoces, colaborando con el afamado taller de los Hermanos Alvareda. Sin embargo, no fue olvidado en su tierra. En 1942 la Comisión para la Erección del Monumento al Corazón de Jesús en Tudela lo buscó para participar en el diseño del mismo, y así lo hizo. Años después, en 1950, le llamaron de Castejón para pintar los lienzos del ábside de la iglesia parroquial.
Pero quiero destacar una especialidad – muy en boga en la época- en que descollaba. Fue maestro en diseñar preciosos pergaminos, orlados con dibujos y guirnaldas, para obsequiar a personajes ilustres. A él acudían ayuntamientos, sociedades o simples particulares con estos encargos. En 1928, con ocasión de nombrar la ciudad de Tudela “Hijo Adoptivo y Predilecto” al general Primo de Ribera, le encomendó el pergamino. Por otra parte, he tenido en mis manos el que las antiguas alumnas de doña Elvira España, entregaron a su maestra en 1940, con motivo de su jubilación. También el ayuntamiento de Murchante recurrió a los servicios de Nicasio, cuando el homenaje que su pueblo natal rindió al pintor Basiano en 1951. Una copia puede contemplarse hoy en el Museo Basiano de esta localidad. Y quien quiera admirar una pequeña muestra de su arte sin salir de Tudela, acérquese a la iglesia de Cristo Rey; o recorra los claustros del colegio de jesuitas y podrá deleitarse con las orlas que dibujó para las sucesivas promociones de alumnos, mientras residió en la ciudad.
Este fecundo personaje, hombre de trato sencillo y que rehuía el excesivo protagonismo, falleció en su casa de Zaragoza, en 1958, a los 77 años, tras una vida plena dedicada a sus grandes pasiones, el dibujo y la pintura. Quizás estas líneas ayuden a rescatar algo de su obra, hoy casi olvidada.
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