Recitales poéticos sentir para pensar
Ana Laura de Diego
COSTURERA
La labor de su vida
Llegó a casa cansada pero deseando ponerse a hacer aquella tarea pendiente.
Estaba nerviosa. Sabía que no le iba a resultar nada fácil.
Era una de las más difíciles de su vida y no podía cometer ni un mínimo error.
Así que sacó la cajita de costura. La misma que durante años estaba en casa de su madre y, como era habitual, estaba algo desordenada.
Se puso una bata limpia. Por nada del mundo debía manchar la labor. Se lavó las manos y comenzó a ordenar la caja. Cuando la tuvo perfecta miró las agujas una por una pensando cuál sería mejor para coser aquel tremendo roto.
Observó los colores de los hilos, su grosor, su tacto,… No tenía que notarse nada. Debía quedar perfecto.
Al final se decidió por el que más se parecía a lo que tenía que coser. Era un hilo precioso, suave, fuerte, con tonos dorados y azules, como jaspeado. Sería el color perfecto.
Se emocionó sólo de pensar que al fin iba a poder arreglarlo.
Así que comenzó de forma suave, pasando la aguja de lado a lado, apenas rozando para no dañar nada, para que el pinchazo de la aguja fuera imperceptible. Cuando parecía que había conseguido coser un centímetro, se dio cuenta de que se estaba rasgando, de que no iba a quedar bien.
Se quedó pensando. “Ya sé. Le voy a poner una aguja y un hilo más finos. Lo haré más despacio, más tranquila. Tengo que poder hacerlo. Tengo que hacerlo”.
Respiró hondo. Eligió una nueva aguja y un nuevo hilo. En está ocasión ya no era jaspeado, pero no le importó. Seguía teniendo un azul perfecto. Le iba ideal. “Lo haré bien”, se repetía una y mil veces.
Volvió a pasar la aguja de un lado a otro. Nuevamente despacio y apenas rozando. Miró la primera puntada. La contempló. Parecía que quedaba mejor y siguió con la segunda. Volvió a contemplarla. Cuando llevaba la tercera volvió a rasgarse. No podía ser. Tenía que coserlo y tenía que quedar perfecto.
Empezó a desesperarse. Una vez más tomó la caja de costura. Encontró la aguja más fina y el hilo más fino que había. Ya no le importaba el color. Sólo quería coser ese maldito roto.
El hilo era verde esmeralda. “No importa”, pensó. Es el color de la esperanza. Así comenzó a coser despacio, acariciando las puntadas. No podía ser. Se volvía rasgar una y otra vez.
Se quedó con la mirada perdida. Tragó saliva mientras por sus mejillas rodaban dos lágrimas y se dio cuenta entonces de que nunca podría arreglarlo.
Nadie le había enseñado a coser los sueños rotos.
Alcmena
Se miran los labios, se guiñan las bocas, se visten de arte y al ritmo de un beso sus almas se tocan.
Celebran sin copas, perfilan dibujos conjuran las letras, se quieren sin metas, avanzan despacio y giran sus frentes, y en la inclinación treinta y cuatro músculos dibujan perfectos el beso presente.
Amores besados son sueños cumplidos
Besos abrazados son más que un suspiro.
Ana Laura
A mis hijos.
Ellos tienen prisa siempre van corriendo…
Callada yo observo y me reconozco en la urgencia de ellos.
Siempre fui presta, siempre acelerada, agotando el tiempo…ese que se acaba.
Ahora corro menos me paro a observarles y ellos tienen prisa, van acelerados agotando el tiempo… ese que se acaba.
Y si, les entiendo, más como me duele que no se den cuenta, y se les haga tarde para lo que importa.
Ana Laura
La vida me hizo poeta
A mí me hizo poeta la plaza de mi pueblo, la frutería de mi abuelo, la mirada siempre triste de mi madre o aquél vaso de vino de mi padre.
A mí me hizo poeta aquella niña sorda muda que buscaba en mi mirada ayuda para comunicarse, o aquel corral de flores que cultivaba mi padre.
A mí me hizo poeta aquel mendigo ciego que buscaba comida en la basura, y confundía una rata con un conejo.
A mí me hizo poeta aquella vieja lechería, el muir de las vacas que desde el mostrador oía y voltear la lechera sin verter ni una gota.
A mí me hizo poeta el catolo y sus pregones, la barca, las madrillas y la balanza romana.
A mí me hizo poeta aquel pájaro pequeño que caía de su nido y la caja de zapatos que se convertía en cuna.
A mí me hizo poeta el sonido del rio a su paso por mi pueblo, las noches a la fresca, las tortillas francesas y pimientos fritos.
A mí me hizo poeta el olor a piel húmeda de mis hijos recién paridos.
A mí me hizo poeta, hacerme mayor de golpe, lidiar con los baches del camino y aquel tortazo injusto que me pegó el destino.
A mí me hizo poeta las cosas más sencillas, las cosas más pequeñas, las que de verdad importan
Ana Laura
Capas
Cuando escribo me desnudo sin pudor y me libero de capas que la vida y la sociedad van dejando sobre mí.
Capas sociales, educacionales, laborales, religiosas, familiares, capas y más capas que voy despojando en cada hoja, en cada frase, en cada palabra.
Capas que me protegen y me abrigan, pero también que me asfixian y me esconden.
Capas incoherentes hipócritas y hasta a veces despiadadas
Capas que me pesan y suelto a través de la palabra.
Capas y más capas……
Ana Laura
Hoy escribo pensando en ti
En tus manos fuertes y agrietadas que labraron y sembraron la tierra cuando no había nada en ella.
Escribo pensando en ti, en tus manos envejecidas de tanto lavar a mano en aquella piedra del río.
Escribo pensando en ti, que estuviste en las trincheras, luchando en una guerra a la que seguramente nunca quisiste ir.
Escribo pensando en ti y no me importa, créeme, que escribas vaso con b o agua con h., tu carencia de formación me hace sentir más cerca de ti trabajando la empatía, agradeciéndote el esfuerzo que hiciste para salir adelante. Sé que se te negó la escuela, que los libros no estuvieron a tu alcance, que estudiar fue un privilegio solo para algunos.
Escribo pensando en ti, que no has salido del pueblo, que cuidaste a tus abuelos a tus padres y a tus hijos, que tu vida fue una entrega total a tu familia y al trabajo.
Escribo pensando en ti, que viste amanecer cada día entre montes y llanos acompañados de tu rebaño, que observaste con curiosidad cada estrella, cada puesta de sol, cada luna, que con solo mirar al cielo sabes que hay detrás de la nube, que sientes con certeza cuando llega el cierzo o cómo será el cambio de estación, escribo pensando en ti, que con un chusco de pan inventaste las migas.
Escribo pensando ti, que hiciste todo lo posible por sacar a este país adelante, aun a costa de sacrificar tu conocimiento, tus estudios y que con esfuerzo y sin herramientas adecuadas aprendiste algo de las letras.
Me duele en el alma cuando veo cómo se atreven a corregirte las faltas de ortografía con descalificaciones en las redes, esas que con dificultad has aprendido a manejar gracias a buen seguro a tus hijos y a tus nietos.
Las faltas de ortografía no deben ser barreras que silencien historias, ideas, sentimientos de aquellos cuyas vidas están impregnadas de tanto valor como las de los que tuvieron acceso a la educación escolar.
Porque en cada palabra mal escrita y en cada coma o punto fuera de lugar reside la esencia de un ser humano con experiencias vividas
Escribo pensando en ti y te pido que no dejes de escribir, de comunicarte, de expresarte.
Escribo pensando en ti que tienes vergüenza, o apuro en escribir. Hazlo, hazlo así de forma valiente, como puedas y sepas. Tenemos tanto que aprender de ti.
Ana Laura.
Nací Libre
Nací libre y libre escribo.
No quise atarme a normas despiadadas, obstinadas, exigentes, religiosas, absurdas y castradoras.
Nací libre y libre escribo.
No importa si es verso o prosa, alejandrinos o endecasílabos, no quiero normas que aten las líneas que forman letras.
Yo siento y escribo. Yo escribo y siento y si tú quieres leerme limpia tu mente de normas, acércate a mí sin barrotes que encarcelen a mis letras.
Recuerda…
Nací libre y libre escribo.
Ana Laura.
Soy hija de ferroviario.
Sé de caminos de hierro oscurecidos por el humo y el carbón.
Sé de oficios como factores, maquinistas, mozos de tren, fogoneros, jefes de estación, de circulación, interventores, guarda agujas, enganchadores, guarda vías, jefe de tren.
Sé de código morse, telégrafos y centralitas.
Sé de salas de esperas, kioscos de revistas, de parada y fonda, para de entonar el cuerpo de trabajadores y viajeros.
Sé cómo engullían las maquinas, el carbón o el agua, conozco como suena el rápido, el tranvía, el expreso, los mercancías, el talgo, el automotor.
Sé a qué huele un pueblo ferroviario, cómo palpita esa sociedad,.
Sé que es un kilométrico o el economato.
Sé que es parar una conversación porque el ruido ensordecedor del tren impedía escuchar cualquier otra voz.
Sé de despedidas en el andén y llegadas entre abrazos efusivos…
Y lo sé, porque yo, también soy “hija del tren”
Ana Laura
Guerra
Guerra, una palabra densa, oscura, triste y atronadora.
Guerra, sólo de pronunciarla ya me duele.
Ella llega y se acaba la vida, la luz, el canto, el palpitar alegre que tiene la existencia.
Guerra, ella llega y la vida se asusta, se esconde, languidece y a veces se muere.
Los escombros tapan los latidos, La sangre se derrama entre gritos de dolor, rabia y desesperación.
El hedor a muerte impregna lo que va quedando de vida, y tú sólo quieres abrazar a tu hijo y ya no está.
Guerra, sólo de pronunciarla ya me duele.
Guerra, una palabra densa, oscura, triste y atronadora.
El abuelo espera temblando en casa o huyendo entre el gentío que escapa en masa.
El niño se esconde cuando las sirenas suenan y se abraza a su madre y no entiende nada.
Y mientras… tú obedeciendo órdenes sales a la guerra cantando himnos y portando banderas y la vida se acaba entre escombros hambre y desgana.
Ana Laura
Habitando el espacio del “no sé”
Es un espacio en el que deberíamos sentirnos cómodos, sin angustia, con humildad y amor.
“No sé” es el lugar que te hará más humano, más inteligente, más empático.
Habitar el “no sé” te abre a nuevas posibilidades.
Habitar en el “no sé” significa quedarse en la ambigüedad, permitir que el misterio sea parte de tu existencia.
Es un acto de humildad, que te obliga a reconocer que no tienes todas las respuestas y que probablemente nunca las tengas.
Esa falta de certezas también abre puertas a la curiosidad, creatividad y al crecimiento personal. En el “no sé” el universo es una tela tejida con incertidumbre.
En el espacio del “no sé” las preguntas son más importantes que las respuestas y la investigación se convierte en un viaje apasionante. Aquí las emociones pueden ser intensas y variadas: miedo, ansiedad, asombro…
Habitar en el “no sé” te obliga a ser valiente, a confiar en tu intuición y aceptar que a veces la respuesta es simplemente seguir adelante, aunque no sepas bien hacia donde te diriges.
Los peregrinos que llegan al “no sé” son buscadores del sentido oculto.
Aprenden a vivir con las preguntas sin respuestas, este lugar no es motivo de temor, sino de reverencia.
Habitar el espacio del “no sé” es una invitación a vivir con la mente y el corazón abiertos de par en par. Aquí aprenderás a valorar lo incierto y a entender que, aunque el destino final sea desconocido, el viaje en sí mismo es donde se encuentra el verdadero sentido de la vida.
Ana Laura
Era demasiado ardiente para soportarla…
No sabía cómo acercarse a ella, cómo estar a su lado sin salir con heridas.
Era demasiado ardiente para soportarla.Día tras día, noche tras noche, aplazaba el encuentro.
Se iba a la cama cada noche pensando que una vez más la había esquivado. Una vez más el miedo al encuentro le hacía renunciar a estar con ella.
La situación empezaba a hacerse insoportable, vivían en la misma casa.
Iban pasando los días y las noches, y se daba cuenta que cada vez la necesitaba más. No obstante, ninguna hora era buena para reunirse con ella.
Hasta que un día, miró a su alrededor y se dio cuenta que la situación era insostenible. Ya no tenía espacio, mirara donde mirara, en cualquier rincón, le faltaba espacio. Se estaba ahogando en su propia casa por no enfrentarse a ella.
Se dio cuenta de que tenía que desocupar las sillas, la cama, el sofá, la mesa.
Así que no lo pensó más, se dirigió a ella, la miró de frente y con contundencia le dijo: “¡maldita seas! Eres tan necesaria como insoportable.”Respiró hondo, se relajó y hasta pudo mirarla con cierta dulzura.
Y sosteniendo esa mirada le dijo: “Mi querida plancha, que insoportablemente ardiente y agobiante eres en verano”. Abrió la ventana y se puso a planchar.Ana Laura
Las noches a la fresca.
Traía el verano consigo una dosis de convivencia vecinal apasionante: “las noches a la fresca”
La Plaza Arturo Serrano fue la que acogió esas noches extraordinarias en los primeros años de mi infancia. Habitaban entonces en mi mente miles de fantasías y proyectos. Quería ser médico, cantante, actriz, monja, misionera, camionera y periodista. Fue esta última opción la que la vida me tenía preparada.
A mi recuerdo llegan con nitidez olores de bocadillos de pimientos verdes, tortilla francesa, de patata o de chistorra, tomate con jamón, salchichas blancas y un largo etcétera.
Me emociona recordar el sonido de chiquillos y chiquillas correteando por la plaza, jugando al escondite, al “un dos tres chocolate inglés” o al esbariza-culos por el terraplén, mientras los mayores jugaban a las cartas, al parchís, o entablaban largas conversaciones. Cada vecino y vecina sacaban sus sillas, hamacas, banquetas, y allí echaban sus ratos de tertulias y se ponían al día de lo que había pasado en el pueblo.
Los botijos de agua fresca apoyados en el suelo y los porrones de vino y gaseosa o cerveza metidos en cubos con barras de hielo, eran el mejor refresco para combatir las altas temperaturas.
En alguna ocasión la chiquillería deleitábamos a los mayores con nuestras actuaciones: cantar, bailar y hasta improvisar alguna escena teatral formaba parte de esas noches a la fresca. Algunas veces nos daban alguna pesetilla para ir a comprar un polo a la heladería González situada en la carretera. Llegar hasta allí era una gran aventura, a esa edad nos parecía una enorme distancia, era como atravesar una gran parte del pueblo. Hoy me doy cuenta que la distancia es muy, muy pequeña.
De adolescente, mis noches a la fresca transcurrieron en la calle Tudela, ciudad en la que acabé viviendo.
Fue en esa calle donde comencé a participar en las tertulias nocturnas que se entablaban en los corrillos de vecinos y vecinas. Era una delicia escucharles hablar de tantas y tantas cosas y escuchar las maravillosas e intrigantes historias que contaban.
De vez en cuando se escuchaba a través de alguna ventana la voz de algún vecino: – “bajad la voz que tengo que madrugar”, e inmediatamente las voces bajaban el tono, para, casi sin darnos cuenta, volver a subirlo.
Cosas del verano, decían.
Ana Laura
A Telma
Mientras la peino le desenredo los nudos que el movimiento de la vida va tejiendo en su pelo.
En cada pequeño tirón pienso que le libero cosas que esta maraña social va dejando en su
existencia.
Le desenredo el odio, la envidia, la codicia, el rencor, las creencias de otros, la injusticia, la
violencia, la tristeza, el miedo, la ira, la frustración y la venganza.
Con su melena ya suave y sin tirones, le trenzo el pelo, y en cada mechón incrusto mis deseos
para ella.
Telma, te trenzo el amor a ti misma y a los demás, la prudencia, la decisión, la generosidad, la
empatía, el respeto, el sentido de la justicia y el espíritu crítico para ser cada día más libre.
Le trenzo el pelo, y en cada mechón incrusto mis deseos para ella.
Telma, te trenzo la alegría, la gratitud, la serenidad, la esperanza, la paciencia, el interés y la
libertad de credo. Te trenzo las palabras: gracias, disculpa, lo siento, entusiasmo y motivación.Le trenzo el pelo y en cada mechón incrusto mis deseos para ella.
Ana Laura
Telma, te trenzo la risa, la ilusión, la pasión, el deseo, la calma, la paciencia, la compasión, la
ternura, la capacidad de aprender ante las dificultades y la fuerza para superar cada bache,
cada caída, cada contratiempo.
Una vez acabada la trenza, te pongo un lazo que dice:
Recuerda, tú eres importante, tú eres inteligente, tú eres libre.
Me acusarán
Me acusarán de hablar con ricos y mendigos, de trabajar, descansar, reinventarme, de cantar, escribir, bailar, luchar por la igualdad y de cuestionar el sistema.
Me acusarán de estar en contra de la explotación, de los roba medallas, la injusticia, los abusos, de hacer preguntas y de tener sentido crítico.
Me acusarán de ilusa, romántica, soñadora y de utilizar palabras trasnochadas, quizá viejas e incluso harapientas.
Me acusarán pensando que sonreír desde que me levanto es un gesto infantil, pensarán que ser amable es un gesto de postín y que sorprenderme ante un amanecer es cursi e incluso ñoño.
Cuando sientan que sus acusaciones no me importan, me acusarán de no escucharles.
Me acusarán de seguir mi evolución pensando que cada acusación me acerca un poco más a la utopía, esa que necesariamente necesito para vivir.
Haga lo que haga me acusarán….
Ana Laura
Mis alas
Hace años me construí unas alas y alce la voz, mis alas nacieron de sueños rotos, cosechas de lágrimas, esfuerzos y logros.
Criticaban mi vuelo, me llamaban insensata, pero mi espíritu, libre en su esencia, rompía cadenas desafiando a la masa.
«¿Quién eres tú, para alzar el vuelo?” Y yo sonreía, y con energía respondía con fuerza:
Soy un ser libre.
Las plumas que una vez despreciaron, ahora las desean, las anhelan, las reclaman, para construir sus propias alas.
Hoy, me preguntan: “¿Cómo se hacen las alas, donde encuentro las plumas?” Enséñame a volar, dicen aquellos a los que mis alas les molestaban.
Yo, poeta, guerrera del alma, comparto mi historia, mi lucha, mi calma. En cada pluma, un verso, una llama que aviva el fuego de libertad y esperanza.
Cuando empecé a volar, temblaron los muros, mi vuelo era un grito, un eco en lo oscuro. Sus voces hablaban y hasta criticaban, y yo alce el vuelo que nunca esperaban.
Criticaron mis alas, me llamaron insensata, temeraria, ave solitaria, pero en cada aleteo, en cada brisa, reinaba las palabras esperanza y libertad.
Volé más alto, más lejos, rompiendo cadenas costumbres y miedos.
Hoy regalo plumas, semillas de sueños, a quienes criticaron, mi enérgico vuelo. En cada pluma, una parte de mí, un verso, una historia, un vuelo sin fin.
Volad hacia el horizonte, aunque sea con plumas prestadas, que el vuelo es un canto de libertad aclamada.
Ana Laura
Cerrado por obras.
Reconstruyendo la Vida: Un Proceso de Renacimiento Interior
La vida nos coloca a menudo frente a momentos de derrumbe, esos instantes en los que sentimos que el suelo se desmorona bajo nuestros pies, que todo lo que creíamos seguro se desvanece. Sin embargo, si llegas a encontrarte en ese estado de colapso, no permitas que el miedo te domine. Al contrario, percibe ese momento como una oportunidad para reconstruirte de nuevo más fuerte, con más sabiduría y más consciente de tu verdadero ser.
No te apresures en esta reconstrucción. La prisa es mala una mala consejera, especialmente en las cuestiones que verdaderamente importan. Este proceso merece tu tiempo, tu paciencia y tu dedicación. Como cualquier obra de arte, requiere atención a los detalles, un cuidado delicado en cada paso y la comprensión de que los cimientos sólidos no se forjan en la rapidez, sino en la constancia.
Mientras atraviesas este proceso, no olvides detenerte y respirar profundamente. Respira para calmar la mente, para centrarte en el presente y para conectar con la esencia de lo que eres. Busca la infraestructura necesaria que te sostenga, te ayude y te apoye en esos momentos, ya sea en tus seres queridos, o en aquellas actividades que te recargan el alma. Confía, sobre todo, en ti y en la capacidad que tienes para emerger más fuerte que antes.
En medio de esta reconstrucción, intenta pensar que esto también pasará, y en la medida de lo posible agárrate fuerte a esos momentos en los cuales las ilusiones, la alegría, el entusiasmo formaban parte de tu vida. Confía, confía y confía. No dejes de lado tu fuerza interior, esa que te ha permitido llegar hasta aquí, y mantén vivas las ganas, esa chispa que enciende tu pasión y te empuja a seguir luchando.
Y si en algún momento, cuando sientas que todo ha vuelto a encajar, llega otro derrumbe a tu vida, no temas. Recuerda que, con cada caída, tus cimientos se vuelven más firmes, más resistentes. Cada vez que te levantas, te construyes con una nueva sabiduría, con una comprensión más profunda de ti y del mundo que te rodea.
Finalmente, tómate el tiempo que sea necesario. No te sientas en la obligación de abrir las puertas antes de tiempo. Permítete ese espacio de introspección, de silencio y de sanación. La verdadera fortaleza no reside en la rapidez con la que te levantas, sino en la calidad de la estructura que construyes durante ese proceso. Y cuando finalmente decidas abrir las puertas, lo harás con la confianza de alguien que se derrumbó y ha emergido, no solo con fuerza sino con una transformación que hará tu vida más bonita.
Ana Laura
La mesa de madera
Me gustan las mesas de madera, más bien toscas y con patas robustas, se asientan en la cocina e imprimen carácter.
Las mesas de madera son más que un mueble; son el corazón latente del hogar, acogen a la familia, escuchan conversaciones, y se mantienen firmes y seguras.
En las mesas de madera es donde las manos se encuentran, donde las risas resuenan y las lágrimas caen en silencio. Sobre ellas se amasan los sueños y se preparan los alimentos que nutren el cuerpo y el alma. Sus esquinas desgastadas hablan de generaciones que han pasado dejando huellas de infancia y amor. Mesas que se convierten en fieles testigos del paso de los años y la evolución de la familia
Las mesas de madera guardan secretos, esos que se susurran mientras el café acompaña la charla matutina. Es el lugar donde las decisiones importantes se han tomado, donde se han firmado acuerdos y se han escrito cartas, donde los niños han hecho sus tareas y los adultos han encontrado consuelo en la compañía mutua.
Estas mesas no son solo un objeto, son un refugio. Son el lugar al que se regresa siempre, donde el mundo se detiene por un instante y la simplicidad de estar juntos se vuelve la mayor de las riquezas, son siempre una posibilidad abierta a la reunión familiar y de amigos. En su madera envejecida, el tiempo se ha detenido, y aunque el mundo afuera cambie, las mesas de madera siguen siendo un testigo fiel de la esencia misma de lo que significa hogar. Llegas y te abrazan.
Me gustan las mesas de madera fuertes, esas donde el salva-mantel se usa solo para embellecer y no para proteger, esas que siempre nos acogen calladas y firmes.
Ana Laura
Los cinco sentidos
Cuando cures tus ojos, dejarás de ver gordos, flacos, altos, bajos, feos y guapos.
Cuando cures tus oídos, dejarás de reírte de los chistes de calvos, viejos, sordos, cojos o inválidos.
Cuando cures tu sentido del tacto, sabrás acariciar una piel con imperfecciones y descubrir en ella los cráteres de la más maravillosa luna llena.
Cuando cures tu olfato, descubrirás que no hay mejor perfume que el de la piel, y el que desprende la tierra recién bañada por la lluvia.
Cuando cures tu gusto, aprenderás de verdad a saborear la vida.
Cuando todo esto ocurra, habrás aprendido a mirar con el corazón.
Ana Laura
Volver a verte
Hoy, mientras ordenaba he encontrado una cajita. Estaba en una esquina del armario. Al abrirla, ahí estaba él, mi viejo compañero. Y me he dado cuenta de que ya no sentía nada. Ninguna tentación, ninguna emoción. Solo un alivio tranquilo y profundo, el recordatorio de que fui más fuerte que él, que siempre lo fui.
Lo abandoné, lo reconozco.
No fue un proceso sencillo, no para alguien como yo, que había vivido con él en la mano durante tantos años, como si fuese una extensión de mi cuerpo. Él era mi compañero en momentos de soledad, mi pausa en los días agitados, mi consuelo en las noches largas. Sin embargo, había una parte de mí que sabía que debía soltarlo. Y lo hice, pero de una manera muy mía: hablando.
Cada noche, antes de dormir, lo miraba, lo cogía entre mis manos y comenzaba una conversación.
Le decía que él, a pesar de lo que representaba para mí, no podía amar, no podía sentir, no vivía la vida con la pasión con que yo la vivo. Le decía que él era una promesa vacía, un espejismo que nunca podría cumplir lo que yo realmente necesitaba. “No puedes con mi vida, con mi cuerpo ni con mi alma”.
Fueron muchas charlas. Algunas noches me enfadaba con él, otras simplemente lo miraba en silencio, como si esperara una respuesta que nunca llegaría. Pero poco a poco, con cada conversación, sentía que su poder sobre mí disminuía. Se volvía más pequeño, más insignificante, hasta que un día me di cuenta de que ya no lo necesitaba. Lo dejé de lado, lo metí en una caja y lo guardé en el fondo de un armario y seguí adelante.
Hace veintisiete años, tomé una decisión que cambió mi vida para siempre, metí el último cigarro que quedaba en el paquete en una cajita y dejé de fumar.
Es un pequeño trofeo personal, una historia que recordaré siempre y de la que salí vencedora.
Ana Laura
Camino.
Deja que camine a través del tiempo, que pise hojas secas que no acuna el viento.
Deja que transite este hermoso otoño, sola y distraída sin pensar en nada, curando mi enojo.
Deja que camine a través del tiempo perdida entre ocres y dulces retoños.
Deja que transite este hermoso otoño, limpio de banderas y de malos rollos, déjame en el monte entre las veredas, en largos caminos y enormes alfombras, salpicada alguna de bellos colores que el monte regala sanando rencores.
Deja que camine persiguiendo sueños, avanzando en calma tras de la utopía.
Deja que transite a través del tiempo, que pise hojas secas que no acuna el viento.
Ana Laura
Imágenes Relacionadas:
Visitas: 447