Recitales poéticos sentir para pensar
Ana Laura de Diego
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COSTURERA
La labor de su vida
Llegó a casa cansada pero deseando ponerse a hacer aquella tarea pendiente.
Estaba nerviosa. Sabía que no le iba a resultar nada fácil.
Era una de las más difíciles de su vida y no podía cometer ni un mínimo error.
Así que sacó la cajita de costura. La misma que durante años estaba en casa de su madre y, como era habitual, estaba algo desordenada.
Se puso una bata limpia. Por nada del mundo debía manchar la labor. Se lavó las manos y comenzó a ordenar la caja. Cuando la tuvo perfecta miró las agujas una por una pensando cuál sería mejor para coser aquel tremendo roto.
Observó los colores de los hilos, su grosor, su tacto,… No tenía que notarse nada. Debía quedar perfecto.
Al final se decidió por el que más se parecía a lo que tenía que coser. Era un hilo precioso, suave, fuerte, con tonos dorados y azules, como jaspeado. Sería el color perfecto.
Se emocionó sólo de pensar que al fin iba a poder arreglarlo.
Así que comenzó de forma suave, pasando la aguja de lado a lado, apenas rozando para no dañar nada, para que el pinchazo de la aguja fuera imperceptible. Cuando parecía que había conseguido coser un centímetro, se dio cuenta de que se estaba rasgando, de que no iba a quedar bien.
Se quedó pensando. “Ya sé. Le voy a poner una aguja y un hilo más finos. Lo haré más despacio, más tranquila. Tengo que poder hacerlo. Tengo que hacerlo”.
Respiró hondo. Eligió una nueva aguja y un nuevo hilo. En está ocasión ya no era jaspeado, pero no le importó. Seguía teniendo un azul perfecto. Le iba ideal. “Lo haré bien”, se repetía una y mil veces.
Volvió a pasar la aguja de un lado a otro. Nuevamente despacio y apenas rozando. Miró la primera puntada. La contempló. Parecía que quedaba mejor y siguió con la segunda. Volvió a contemplarla. Cuando llevaba la tercera volvió a rasgarse. No podía ser. Tenía que coserlo y tenía que quedar perfecto.
Empezó a desesperarse. Una vez más tomó la caja de costura. Encontró la aguja más fina y el hilo más fino que había. Ya no le importaba el color. Sólo quería coser ese maldito roto.
El hilo era verde esmeralda. “No importa”, pensó. Es el color de la esperanza. Así comenzó a coser despacio, acariciando las puntadas. No podía ser. Se volvía rasgar una y otra vez.
Se quedó con la mirada perdida. Tragó saliva mientras por sus mejillas rodaban dos lágrimas y se dio cuenta entonces de que nunca podría arreglarlo.
Nadie le había enseñado a coser los sueños rotos.
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Alcmena
Se miran los labios, se guiñan las bocas, se visten de arte y al ritmo de un beso sus almas se tocan.
Celebran sin copas, perfilan dibujos conjuran las letras, se quieren sin metas, avanzan despacio y giran sus frentes, y en la inclinación treinta y cuatro músculos dibujan perfectos el beso presente.
Amores besados son sueños cumplidos
Besos abrazados son más que un suspiro.
Ana Laura
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A mis hijos.
Ellos tienen prisa siempre van corriendo…
Callada yo observo y me reconozco en la urgencia de ellos.
Siempre fui presta, siempre acelerada, agotando el tiempo…ese que se acaba.
Ahora corro menos me paro a observarles y ellos tienen prisa, van acelerados agotando el tiempo… ese que se acaba.
Y si, les entiendo, más como me duele que no se den cuenta, y se les haga tarde para lo que importa.
Ana Laura
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La vida me hizo poeta
A mí me hizo poeta la plaza de mi pueblo, la frutería de mi abuelo, la mirada siempre triste de mi madre o aquél vaso de vino de mi padre.
A mí me hizo poeta aquella niña sorda muda que buscaba en mi mirada ayuda para comunicarse, o aquel corral de flores que cultivaba mi padre.
A mí me hizo poeta aquel mendigo ciego que buscaba comida en la basura, y confundía una rata con un conejo.
A mí me hizo poeta aquella vieja lechería, el muir de las vacas que desde el mostrador oía y voltear la lechera sin verter ni una gota.
A mí me hizo poeta el catolo y sus pregones, la barca, las madrillas y la balanza romana.
A mí me hizo poeta aquel pájaro pequeño que caía de su nido y la caja de zapatos que se convertía en cuna.
A mí me hizo poeta el sonido del rio a su paso por mi pueblo, las noches a la fresca, las tortillas francesas y pimientos fritos.
A mí me hizo poeta el olor a piel húmeda de mis hijos recién paridos.
A mí me hizo poeta, hacerme mayor de golpe, lidiar con los baches del camino y aquel tortazo injusto que me pegó el destino.
A mí me hizo poeta las cosas más sencillas, las cosas más pequeñas, las que de verdad importan
Ana Laura
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Capas
Cuando escribo me desnudo sin pudor y me libero de capas que la vida y la sociedad van dejando sobre mí.
Capas sociales, educacionales, laborales, religiosas, familiares, capas y más capas que voy despojando en cada hoja, en cada frase, en cada palabra.
Capas que me protegen y me abrigan, pero también que me asfixian y me esconden.
Capas incoherentes hipócritas y hasta a veces despiadadas
Capas que me pesan y suelto a través de la palabra.
Capas y más capas……
Ana Laura
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Hoy escribo pensando en ti
En tus manos fuertes y agrietadas que labraron y sembraron la tierra cuando no había nada en ella.
Escribo pensando en ti, en tus manos envejecidas de tanto lavar a mano en aquella piedra del río.
Escribo pensando en ti, que estuviste en las trincheras, luchando en una guerra a la que seguramente nunca quisiste ir.
Escribo pensando en ti y no me importa, créeme, que escribas vaso con b o agua con h., tu carencia de formación me hace sentir más cerca de ti trabajando la empatía, agradeciéndote el esfuerzo que hiciste para salir adelante. Sé que se te negó la escuela, que los libros no estuvieron a tu alcance, que estudiar fue un privilegio solo para algunos.
Escribo pensando en ti, que no has salido del pueblo, que cuidaste a tus abuelos a tus padres y a tus hijos, que tu vida fue una entrega total a tu familia y al trabajo.
Escribo pensando en ti, que viste amanecer cada día entre montes y llanos acompañados de tu rebaño, que observaste con curiosidad cada estrella, cada puesta de sol, cada luna, que con solo mirar al cielo sabes que hay detrás de la nube, que sientes con certeza cuando llega el cierzo o cómo será el cambio de estación, escribo pensando en ti, que con un chusco de pan inventaste las migas.
Escribo pensando ti, que hiciste todo lo posible por sacar a este país adelante, aun a costa de sacrificar tu conocimiento, tus estudios y que con esfuerzo y sin herramientas adecuadas aprendiste algo de las letras.
Me duele en el alma cuando veo cómo se atreven a corregirte las faltas de ortografía con descalificaciones en las redes, esas que con dificultad has aprendido a manejar gracias a buen seguro a tus hijos y a tus nietos.
Las faltas de ortografía no deben ser barreras que silencien historias, ideas, sentimientos de aquellos cuyas vidas están impregnadas de tanto valor como las de los que tuvieron acceso a la educación escolar.
Porque en cada palabra mal escrita y en cada coma o punto fuera de lugar reside la esencia de un ser humano con experiencias vividas
Escribo pensando en ti y te pido que no dejes de escribir, de comunicarte, de expresarte.
Escribo pensando en ti que tienes vergüenza, o apuro en escribir. Hazlo, hazlo así de forma valiente, como puedas y sepas. Tenemos tanto que aprender de ti.
Ana Laura.
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Nací Libre
Nací libre y libre escribo.
No quise atarme a normas despiadadas, obstinadas, exigentes, religiosas, absurdas y castradoras.
Nací libre y libre escribo.
No importa si es verso o prosa, alejandrinos o endecasílabos, no quiero normas que aten las líneas que forman letras.
Yo siento y escribo. Yo escribo y siento y si tú quieres leerme limpia tu mente de normas, acércate a mí sin barrotes que encarcelen a mis letras.
Recuerda…
Nací libre y libre escribo.
Ana Laura.
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Soy hija de ferroviario.
Sé de caminos de hierro oscurecidos por el humo y el carbón.
Sé de oficios como factores, maquinistas, mozos de tren, fogoneros, jefes de estación, de circulación, interventores, guarda agujas, enganchadores, guarda vías, jefe de tren.
Sé de código morse, telégrafos y centralitas.
Sé de salas de esperas, kioscos de revistas, de parada y fonda, para de entonar el cuerpo de trabajadores y viajeros.
Sé cómo engullían las maquinas, el carbón o el agua, conozco como suena el rápido, el tranvía, el expreso, los mercancías, el talgo, el automotor.
Sé a qué huele un pueblo ferroviario, cómo palpita esa sociedad,.
Sé que es un kilométrico o el economato.
Sé que es parar una conversación porque el ruido ensordecedor del tren impedía escuchar cualquier otra voz.
Sé de despedidas en el andén y llegadas entre abrazos efusivos…
Y lo sé, porque yo, también soy “hija del tren”
Ana Laura
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Guerra
Guerra, una palabra densa, oscura, triste y atronadora.
Guerra, sólo de pronunciarla ya me duele.
Ella llega y se acaba la vida, la luz, el canto, el palpitar alegre que tiene la existencia.
Guerra, ella llega y la vida se asusta, se esconde, languidece y a veces se muere.
Los escombros tapan los latidos, La sangre se derrama entre gritos de dolor, rabia y desesperación.
El hedor a muerte impregna lo que va quedando de vida, y tú sólo quieres abrazar a tu hijo y ya no está.
Guerra, sólo de pronunciarla ya me duele.
Guerra, una palabra densa, oscura, triste y atronadora.
El abuelo espera temblando en casa o huyendo entre el gentío que escapa en masa.
El niño se esconde cuando las sirenas suenan y se abraza a su madre y no entiende nada.
Y mientras… tú obedeciendo órdenes sales a la guerra cantando himnos y portando banderas y la vida se acaba entre escombros hambre y desgana.
Ana Laura
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Habitando el espacio del “no sé”
Es un espacio en el que deberíamos sentirnos cómodos, sin angustia, con humildad y amor.
“No sé” es el lugar que te hará más humano, más inteligente, más empático.
Habitar el “no sé” te abre a nuevas posibilidades.
Habitar en el “no sé” significa quedarse en la ambigüedad, permitir que el misterio sea parte de tu existencia.
Es un acto de humildad, que te obliga a reconocer que no tienes todas las respuestas y que probablemente nunca las tengas.
Esa falta de certezas también abre puertas a la curiosidad, creatividad y al crecimiento personal. En el “no sé” el universo es una tela tejida con incertidumbre.
En el espacio del “no sé” las preguntas son más importantes que las respuestas y la investigación se convierte en un viaje apasionante. Aquí las emociones pueden ser intensas y variadas: miedo, ansiedad, asombro…
Habitar en el “no sé” te obliga a ser valiente, a confiar en tu intuición y aceptar que a veces la respuesta es simplemente seguir adelante, aunque no sepas bien hacia donde te diriges.
Los peregrinos que llegan al “no sé” son buscadores del sentido oculto.
Aprenden a vivir con las preguntas sin respuestas, este lugar no es motivo de temor, sino de reverencia.
Habitar el espacio del “no sé” es una invitación a vivir con la mente y el corazón abiertos de par en par. Aquí aprenderás a valorar lo incierto y a entender que, aunque el destino final sea desconocido, el viaje en sí mismo es donde se encuentra el verdadero sentido de la vida.
Ana Laura
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Era demasiado ardiente para soportarla…
No sabía cómo acercarse a ella, cómo estar a su lado sin salir con heridas.
Era demasiado ardiente para soportarla.Día tras día, noche tras noche, aplazaba el encuentro.
Se iba a la cama cada noche pensando que una vez más la había esquivado. Una vez más el miedo al encuentro le hacía renunciar a estar con ella.
La situación empezaba a hacerse insoportable, vivían en la misma casa.
Iban pasando los días y las noches, y se daba cuenta que cada vez la necesitaba más. No obstante, ninguna hora era buena para reunirse con ella.
Hasta que un día, miró a su alrededor y se dio cuenta que la situación era insostenible. Ya no tenía espacio, mirara donde mirara, en cualquier rincón, le faltaba espacio. Se estaba ahogando en su propia casa por no enfrentarse a ella.
Se dio cuenta de que tenía que desocupar las sillas, la cama, el sofá, la mesa.
Así que no lo pensó más, se dirigió a ella, la miró de frente y con contundencia le dijo: “¡maldita seas! Eres tan necesaria como insoportable.”Respiró hondo, se relajó y hasta pudo mirarla con cierta dulzura.
Y sosteniendo esa mirada le dijo: “Mi querida plancha, que insoportablemente ardiente y agobiante eres en verano”. Abrió la ventana y se puso a planchar.Ana Laura
![Vecinos y vecinas sentadas en la plaza a la fresca](https://ciudadtudela.com/wp-content/uploads/2024/06/a-la-fresca.jpg)
Las noches a la fresca.
Traía el verano consigo una dosis de convivencia vecinal apasionante: “las noches a la fresca”
La Plaza Arturo Serrano fue la que acogió esas noches extraordinarias en los primeros años de mi infancia. Habitaban entonces en mi mente miles de fantasías y proyectos. Quería ser médico, cantante, actriz, monja, misionera, camionera y periodista. Fue esta última opción la que la vida me tenía preparada.
A mi recuerdo llegan con nitidez olores de bocadillos de pimientos verdes, tortilla francesa, de patata o de chistorra, tomate con jamón, salchichas blancas y un largo etcétera.
Me emociona recordar el sonido de chiquillos y chiquillas correteando por la plaza, jugando al escondite, al “un dos tres chocolate inglés” o al esbariza-culos por el terraplén, mientras los mayores jugaban a las cartas, al parchís, o entablaban largas conversaciones. Cada vecino y vecina sacaban sus sillas, hamacas, banquetas, y allí echaban sus ratos de tertulias y se ponían al día de lo que había pasado en el pueblo.
Los botijos de agua fresca apoyados en el suelo y los porrones de vino y gaseosa o cerveza metidos en cubos con barras de hielo, eran el mejor refresco para combatir las altas temperaturas.
En alguna ocasión la chiquillería deleitábamos a los mayores con nuestras actuaciones: cantar, bailar y hasta improvisar alguna escena teatral formaba parte de esas noches a la fresca. Algunas veces nos daban alguna pesetilla para ir a comprar un polo a la heladería González situada en la carretera. Llegar hasta allí era una gran aventura, a esa edad nos parecía una enorme distancia, era como atravesar una gran parte del pueblo. Hoy me doy cuenta que la distancia es muy, muy pequeña.
De adolescente, mis noches a la fresca transcurrieron en la calle Tudela, ciudad en la que acabé viviendo.
Fue en esa calle donde comencé a participar en las tertulias nocturnas que se entablaban en los corrillos de vecinos y vecinas. Era una delicia escucharles hablar de tantas y tantas cosas y escuchar las maravillosas e intrigantes historias que contaban.
De vez en cuando se escuchaba a través de alguna ventana la voz de algún vecino: – “bajad la voz que tengo que madrugar”, e inmediatamente las voces bajaban el tono, para, casi sin darnos cuenta, volver a subirlo.
Cosas del verano, decían.
Ana Laura
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A Telma
Mientras la peino le desenredo los nudos que el movimiento de la vida va tejiendo en su pelo.
En cada pequeño tirón pienso que le libero cosas que esta maraña social va dejando en su
existencia.
Le desenredo el odio, la envidia, la codicia, el rencor, las creencias de otros, la injusticia, la
violencia, la tristeza, el miedo, la ira, la frustración y la venganza.
Con su melena ya suave y sin tirones, le trenzo el pelo, y en cada mechón incrusto mis deseos
para ella.
Telma, te trenzo el amor a ti misma y a los demás, la prudencia, la decisión, la generosidad, la
empatía, el respeto, el sentido de la justicia y el espíritu crítico para ser cada día más libre.
Le trenzo el pelo, y en cada mechón incrusto mis deseos para ella.
Telma, te trenzo la alegría, la gratitud, la serenidad, la esperanza, la paciencia, el interés y la
libertad de credo. Te trenzo las palabras: gracias, disculpa, lo siento, entusiasmo y motivación.Le trenzo el pelo y en cada mechón incrusto mis deseos para ella.
Ana Laura
Telma, te trenzo la risa, la ilusión, la pasión, el deseo, la calma, la paciencia, la compasión, la
ternura, la capacidad de aprender ante las dificultades y la fuerza para superar cada bache,
cada caída, cada contratiempo.
Una vez acabada la trenza, te pongo un lazo que dice:
Recuerda, tú eres importante, tú eres inteligente, tú eres libre.
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