Aquel
Aquel que me desnude tendrá los dedos finos y llegará en la noche, lo mismo que un bandido: no se abrirán ventanas, no sonarán postigos, no agitará la brisa nocturna los visillos, no se oirán pisadas, no escucharé el sonido del somier acogiendo su cuerpo junto al mío. Me tomará en silencio, sin siquiera un suspiro, sin apenas tocarme, sin moverme del sitio: será como sentirlo sin haberlo sentido, como haber sido amada y como no haberlo sido, un peso inapreciable, un gozar sin gemidos, un hombre entre las sombras… Un amante furtivo. “Planeta piel” Olifante Ediciones de Poesía, 2023
¡ATCHÍS!
La infancia de Úrsula estuvo marcada por la alergia. Ésta le provocaba violentos estornudos que formaban remolinos a su alrededor, asustando a sus amiguitas y rodeándola de un aura siniestra, como de niña poltergeist. Tales eran las sacudidas que el alergólogo recomendó colocarle un collarín con el fin de evitar posibles fracturas cervicales. Tan sólo el día de su boda accedieron sus padres a retirarle la prótesis, y eso después de haberle sido administrada una dosis de antihistamínicos capaz de insensibilizar a una manada de hienas. Sin embargo, en el momento del sí, no se sabe si a causa de los nervios o del olor a incienso, Úrsula emitió un sísmico estornudo que hizo que su cabeza saliera despedida hacia el rosetón del crucero, dejando en el altar su cuerpo junto al atónito novio, los padrinos y el pajecillo de las arras. Tardaron más de dos horas en dar con la cabeza, que había perdido un ojo y los pendientes de la abuela (algo azul y algo prestado) y fue tarea de chinos reimplantarle la órbita, puesto que a causa del olor de la anestesia, Úrsula no dejaba de estornudar y el ojo salía despedido de continuo, de modo que el cirujano resolvió pegárselo al párpado con Loctite. Así que a la pobre le ha quedado una cara de carpa que da grima. Y todo por culpa de la alergia. “Los cuentos de Minina”
SI…
Si no hubiera mañana,
si el paso de los siglos
hubiera de dormirse
como se duerme un niño.
Si no existiera el tiempo,
si el martes y el domingo
fueran sólo dos días,
no dos días distintos.
Si pudieran mis ojos
avistar el destino.
Si el futuro no fuera
un enigma infinito.
Si por arte de magia,
si a través de un hechizo,
tuviera la certeza
de que estarás conmigo
hasta exhalar mis labios
el último suspiro.
Si supiera, te juro,
que has de esperarme vivo,
que no voy a perderte
en medio del camino,
que cerrarás mis ojos
cuando ya me haya ido…
Lo dejaría todo
en este instante mismo…
Lo dejaría todo
para morir contigo.
“A todos mis amores”
Olifante Ediciones de Poesía, 2016
LIBÉLULAS
Sé que existen espíritus que nadie puede atrapar. Almas irreductibles que nacieron para surcar el espacio en libertad. Y que nunca se atan. A nada ni a nadie. Corazones rebeldes que están al margen del mundo conocido. Libélulas transparentes y huidizas que acaban por encontrar siempre un resquicio a través del que escapar en busca de la luz.
De tarde en tarde te tropiezas con ellos, así tontamente, por azar, y quedas atrapado en ese aura que desprenden. Y a veces hasta consigues capturar su atención durante unos segundos. Y llegas a pensar que puedes ser como ellos. O ellos como tú. Y que tal vez, sólo tal vez sea posible conseguir que se queden a tu lado para siempre, dejándoles espacio y libertad para que vuelen, eso sí, sin alejarse demasiado. A menudo se intenta incluso crear una familia; diminutos seres híbridos, mitad homínido mitad libélula, con los que se lleguen a identificar hasta el punto de renunciar a su esencia por no perder los lazos afectivos.
Pero nada resulta. Más tarde o más temprano acaban por acusar la ausencia de la luz. Y se transforman en seres grises y tristísimos, apagados como mariposas sin color. Y una noche, mientras todos duermen, parten, descalzos y silenciosos, sin hacer ruido y sin dejar rastro. Y de nada sirve salir en su busca. Porque incluso aunque llegásemos a encontrarlos no sería posible volverlos a enjaular. Ya que han nacido así. Así han sido creados. No hay quien sepa por qué. Ni tan siquiera ellos.
Pero no son de nadie. Nunca fueron de nadie.
Nunca serán de nadie.
“Los Cuentos de Minina”
MI CIUDAD
Camino muy despacio y en la noche: canícula e historia; viejas calles: añejas piedras, bellos edificios. Es mi ciudad, mi vida, mis raíces. Camino y casi puedo adivinarla: escuchar sus graníticas leyendas, aspirar los efluvios que rezuman por sus juntas yesosas y gastadas. Camino y me recreo, me deleito. Me siento afortunada de habitarla; me abruma el peso de un pasado fértil: tres barrios, tres culturas, tres tesoros. Camino y se me llena la cabeza da capas, de embozados, de mazmorras, de rabinos, de cantos, de oraciones, de tañer de campanas y de fiestas. Camino lentamente, me detengo, contemplo sus aleros, sus blasones, sus arcos, sus barrocas balconadas, sus rústicos faroles amarillos. Camino y cada paso me convierte en piedra y en rincón, en banco, en reja… Camino por placer, nadie a mi lado: solas yo y mi ciudad bajo la luna. “Tudela en Cuento” Cierzo Ediciones 2020
ÍTACA
He preparado, para cuando vuelvas,
una alfombra de lágrimas y besos:
la fui tejiendo mientras que tú estabas
explorando terrenos cenagosos,
enfrentando gigantes y gorgonas,
jugando con caballos de madera.
Tú has sido el gran Ulises y yo, en cambio
he encarnado a Penélope, la astuta,
la fiel y enamorada compañera
que, ducha en el amor y sus intrigas,
supo encerrar los besos que le diste
a buen recaudo para que, más tarde,
cuando partieras lejos, le sirviesen
para guardar las llamas encendidas.
Tú has sido Ulises, bravo y poderoso,
mas imprudente, un hombre al fin y al cabo,
atrapado entre cantos de sirenas
que encallaron tu barco, y estuvieron
a punto de llevarte en tu locura
hacia los largos brazos de Caronte.
Tú has sido Ulises, desafiante y fiero,
peregrino del mundo y de sus mares:
intrépido titán de las galaxias,
amnésico viajero a las estrellas.
Tú has sido Ulises, siempre venerado,
y yo he sido Penélope, repito.
Pegada a la ventana cada noche,
las lágrimas un hilo inacabable
urdiéndose en mis manos con los besos:
lágrima y beso, beso y luego lágrima…
un húmedo tapiz mullido y firme
donde descansarán tus pies de tantas guerras,
de tanta soledad, de tanto frío:
Ítaca al fin se ve en el horizonte:
Ítaca…
Al fin tu hogar…
Al fin tu patria.
DE BEBEDORES
Blas bailaba un vals con Víctor. Bebían vino blanco y se bamboleaban, vacilantes. Vicente, el barman bizco, buscaba la bayeta bajo la vitrina. Varios varones balcánicos boqueaban viendo balancearse a las voluptuosas bailarinas. Vaciaban botellas de vodka vasco y vociferaban, bravucones, brindando de vez en vez. Vivian, la buscona bebedora de bourbon valenciano, vendía billetes de bingo. Benito, el veterinario vizcaíno, vomitaba bocanadas de brandy, blandiendo su bastón violentamente. El virus, voceaba, de las vacas burgalesas vacunadas el viernes… Esas bestias blancas y babosas que le besuquearon la barbilla. Blasfemaba en balde un viejo buscando en los bolsillos la billetera, birlada por algún bribón en la verbena. Venancio, el barrendero barbudo, bromeaba en la barra con Benavides, el vigilante de la bicicleta, un venezolano bravucón versado en velar por el bienestar de la barriada…
El vocerío de veinte vecinos vestidos de vaqueros bañó el vestíbulo del bar. Venían del burdel del barrio, bastante beodos y buscando bronca. Una barahúnda, vaticinó el barman. Y buscó el bate de béisbol en el baño. Bofetadas, bufidos, vapuleos, vuelcos de banquetas… una barbaridad. La batalla de Belchite. La bulla era bárbara y la vecindad vociferaba en los balcones. Basilio el brasileño, un belicoso buscavidas, no vaciló. Veneraba a Vivian. Bajó con el bazooka en bandolera. Bufaba. Vibraban las baldosas bajo el brío de sus botas. Se vislumbraban los brillos de las bombillas tras la ventana del bar.
Las voces bajaron de volumen. Los bebedores, boquiabiertos, veían venir al bujarrón, una bestia de bronceados bíceps. El vigilante balbucía. El barman vigilaba a los balcánicos, barruntando una bestialidad. Vivian barría, la vista baja…
Al ver a la bella buscona, el brasileño bajó el bazooka y bramó con su bronco vozarrón:
-“¡Vamos, banda de borrachos! ¡Vaciad velozmente vuestros vasos y no volváis ni al bar ni al barrio en vuestra vida!”
Cuentos de Minina
LA PRINCESA LEOCADIA
La princesa Leocadia
ha perdido el apetito
y languidece en su lecho
pálida cual blanco lirio
sin que nadie halle la causa
de su inusual extravío“Tal vez esté enamorada
cual la de Rubén Darío”,
apunta el rey,mas la reina
se halla con el alma en vilo…Hasta una noche en que escucha
cierto sospechoso ruido
e intrigada, se levanta,
se interna por el pasillo,
se acuclilla ante la puerta
del juvenil camerino…
y al atisbar por el ojo
de la cerraja del mismo
ve a la cándida princesa
con el cocinero chino,
el cochero del palacio
y un mercader de tejidos
¡¡¡ desnudos !!! … y enmarañados
en un tórrido amasijo
de ambigua morfología
e incomprensible equilibrio …“¡Caray!”, se dice la reina
mientras desanda el camino:
“¡Cómo se nota que es hija
de un trapecista de circo!”
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