La iglesia de San Nicolás de Bari de Tudela (Navarra) fue uno de los templos románicos más destacados de la ciudad donde recibió sepultura Sancho VII el Fuerte, aunque dos años después fue trasladado definitivamente a Roncesvalles.
En el Archivo de Santa María Real de Oña, se conserva un documento sobre una donación hecha en el año 1131, por la que Fortuno Garces y su mujer Teresa, donan al dicho Monasterio la Basílica de Santa Cecilia de Tudela. Esta Basílica había sido en sus primeros años Priorato de la Orden de San Benito sin saberse la causa ni la fecha desaparecieron los monjes y la iglesia se dedicó a San Nicolás. Su construcción debió ocurrir, por tanto, poco después de la conquista de Tudela por Alfonso I el Batallador en 1119.
En 1279 ya se pedían limosnas para su reparación, en 1520 necesitó una restauración parcial.
El templo del siglo XII fue seguramente de una sola nave con ábside semicircular, el tímpano y los dos leones que están sobre el tímpano, son los únicos elementos que se conserva del templo original.
El edificio del S.XII fue derribado para construir otro de nueva planta a principios del S.XVI y tras dos grandes inundaciones del río Mediavilla (que pasa a los pies de del templo) en 1709 y 1729 la arruinó, , y se volvió a edificar entre los años 1729 y 1733 con su actual fábrica barroca.
Se sitúa entre las calles San Nicolás y Serralta del Casco Antiguo de Tudela
Descripción general
El tímpano propiamente dicho está rodeado por una chambrana decorada con motivos vegetales. En él se ha representado a Dios Padre en el interior de una mandorla, con el niño sentado en sus rodillas. Alrededor de la mandorla están los Tetramorfos, los cuatro símbolos de los evangelistas (el león, el ángel, el águila y el toro) y, a los lados, dos figuras sentadas, que no han sido identificadas de forma unívoca como David e Isaías.
Sobre el tímpano hay un escudo heráldico de la dinastía francesa de los Evreux y a sus dos lados, dos leones románicos que sujetan bajo sus garras sendas figuras. Una moldura mixtilínea enmarca estos elementos.
Capillas
El templo actual es una nave de 5 tramos y una cabecera semicircular, con unos 20 metros de longitud.
Altar Mayor tenía un retablo del siglo XVI, pero sustituyó a uno más antiguo, conservando solo la imagen de San Nicolás.
Tiene cinco capillas, dos en el lado del Evangelio, (lado izquierda): la de San Bernardo (después de la Virgen del Pilar) y la de San Marcos (del siglo XVI remodelada en el XVIII),
Tres en el de la Epístola (lado derecho), dos de las cuales eran la de la Virgen de los Remedios (barroca del siglo XVIII) y la de San Gregorio tuvo un retablo del siglo XVI, construida para los Tornamira (del siglo XVI remodelada en el XVIII).
El retablo “Cristo crucificado” encargado por Martín de Sesma al escultor Domingo de Segura y Gabriel Joly en 1564
La capilla inmediata a la cabecera del lado de la Epístola contenía un pequeño retablo rococó, del siglo XVIII avanzado.
Los retablos, imágenes y mobiliario están actualmente en iglesias de la ribera de Navarra y el museo de Tudela para evitar su deterioro.
Torre
En 1604 se construyó una nueva, la actual, está unida a la cabecera del templo por un cuerpo con galería de arquillos, de planta cuadrada con un cuerpo alto a modo de fuste, seguido de dos cuerpos octogonales y coronado por un chapitel bulboso de plomo, ya restaurado.
Excavaciones arqueológicas
Fue adquirida por el Ayuntamiento en estado ruinoso para convertirla en una extensión del centro cívico de la Rúa, en la actualidad se encuentra ya consolidada.
Se ha realizado una excavación arqueológica para encontrar los restos de la primitiva iglesia románica este es el enlace de la web del seguimiento.
Enterramientos singulares en la iglesia de san Nicolás. Tudela. (siglos XVIII – XIX).
La lápida de los Tornamira: aventuras y desventuras de una losa y el error del vicario.
Autora: Maite Forcada
En 1769, tras la expulsión de los jesuitas de España, Carlos III ordenó mediante cédula real, y en cumplimiento de lo previsto con las propiedades de los religiosos expulsados, la profanación de la antigua iglesia de San Jorge, situada en la parte alta del Mercadal, y el traslado de su parroquia a la que había sido la iglesia del colegio de la Compañía, pasando a denominarse a partir de ese momento iglesia de San Jorge el Real.
La profanación de la antigua parroquial se llevó a cabo el 25 de marzo de 1771, y a las ocho y media de la mañana del día siguiente se procedió “a la traslación de los huesos y cadáveres de los difuntos sepultados llevándolos en procesión lúgubre” hasta la nueva iglesia donde, tras la misa de difuntos, se les dio por segunda vez sepultura.
Pero la antigua iglesia, profanada y vaciada de todos sus ornamentos, seguía guardando entre sus paredes las lápidas de los sepulcros, algunas de ellas cubiertas por las armas y blasones de nobleza de aquellos que las ocuparon; y el vicario de San Jorge el Real, pensando en sacar un dinero para sufragar algunos gastos de la nueva parroquia, acordó con el padre provisor del convento de San Francisco venderle nueve de aquellas piedras para usar en la iglesia del convento, dejándoselas señaladas para que los operarios las cargaran. Sin embargo, aquella inocente venta se complicó hasta el punto de salirle más cara que el beneficio previsto.
El notario Benito Eslava Pueyo tuvo que levantar acta, a petición del demandante, de todo lo sucedido con una de aquellas lápidas y dejando así constancia de una de las más curiosas y divertidas historias de esta ciudad.
Por mandato del vicario general de Tudela y su deanato y a petición de D. Francisco de Aperregui y Tornamira y Juan Antonio de Castejón, el notario tuvo que advertir al vicario de San Jorge el Real de que “sin retardación alguna, hiciese volver y restituir a la iglesia profanada de San Jorge tres losas de sepulturas con escudos de armas que se habían llevado al convento de San Francisco, porque las partes interesadas estaban muy quejosas de este inordinado proceder por ser en grave perjuicio de los dueños de dichas sepulturas y losas en que estaban esculpidos los blasones de sus escudos de armas”. El vicario reconoció la venta, pero afirmando que las que llevaban escudos de armas no estaban incluidas y que si se las habían llevado, había sido “con inteligencia” y que en el momento de cargarlas él no había estado presente.
Pero obediente, el vicario acudió derecho al convento y vio que las tres lápidas estaban en la placeta delante de la iglesia del convento y que “una no tenia ni había tenido escudo, la otra sí lo tenía y era del Señorío de Novar, y que en la tercera los canteros ya habían picado y borrado las armas que tenía”, pero sospechó que era la de los Tornamiras “por ser de la mejor calidad y bondad.” A continuación, se dirigió a la iglesia profanada y advirtió al sacristán para que no sacasen ninguna otra lapida y especialmente las que tuviesen escudos. Seguidamente, buscó carreteros de bueyes para que trajesen de nuevo las losas a la iglesia.
Una vez descargadas las que tenían blasones, el vicario le avisó al notario asegurándole que la que los tenía picados era la lápida de los Tornamiras y en vista de esto, hizo llamar a D. Francisco Aperregui para que se enterara de todo lo sucedido con su losa y escudo de los Tornamiras.
Aperregui culpó al vicario “con la más atenta urbanidad y política, preguntándole que cómo y por qué causa y con qué orden se había removido y sacado dicha su piedra o lápida de su sepultura y que esto era asunto de la mayor gravedad por los perjuicios que en lo sucesivo pudiera seguírsele a su casa y familia”, amenazándole con querellarse criminalmente mientras no pusiese idéntica losa con sus armas y blasones como la tenía antes.
El vicario le dio la razón justificando su enojo, pero aseguró que no estaba presente “cuando acudió el provisor y oficiales a cargarlas y que, ¿quién había de creer que habiendo asistido un religioso, había de permitir, aun cuando quisieran los canteros, que se hubiese hecho la remoción y conducción de dichas dos losas con escudos? y que estaba persuadido intervino notoria inteligencia entre dicho padre provisor, sus canteros y oficiales”. Por todo esto le suplicó que suspendiese la querella pues “no ha tenido malicia alguna ni fin particular”, comprometiéndose a “hacer esculpir a su costa en su propia losa removida de su sepultura de los Tornamiras, las divisas de sus armas y nobleza que ya sabía y sabe, por haberlas muchas veces visto en dicha iglesia profanada, que eran y se reducían a cinco armiños negros en campo de plata, tres bandas negras en campo de oro y por orla, nueve espejos redondos en campo rojo, y que las haría tener por medio de artífice, en la misma idéntica forma que antes estaban”.
D. Francisco Aperregui, condescendió gustoso en la súplica y ruego del vicario, creyendo que por su estado de sacerdote no faltaría a la verdad” y tranquilizándole con respecto a presentar la demanda.
A continuación, Aperregui les condujo a su casa y allí sacó el original de su ejecutoria de nobleza y extrajo un papel con sus divisas y blasones pintados entregándoselo y con ellas en la mano, el vicario regresó a la iglesia profanada y llamó a Diego de Resa, maestro escultor, para que con dicho papel volviese a esculpir en la misma losa las armas tal y como habían estado representadas. Al poco tiempo, el vicario avisó al notario para ver el resultado y este se presentó junto a Aperregui reconociendo ambos que” estaban esculpidas con toda perfección.”
El 10 de junio de 1772, por deseo de Aperregui, “se condujo la losa en una galera hasta su capilla panteón que tiene en la parroquial iglesia de San Nicolás de esta ciudad, bajo la invocación de Nuestra Señora de los Remedios y San Gregorio, en la que, a la entrada de dicha capilla, sobre la izquierda y lado del evangelio, próximo a la pared, ha quedado y se halla colocada”, como capilla de los Tornamiras, junto a los huesos trasladados desde su sepultura de la iglesia profanada, guardados en “una sola caja cuadrada grande, tan ancha y alta de un lado como del otro”.
Y esta es la historia de esa preciosa losa, de su dueño y de su artífice y de las angustias del vicario. Una losa de nuevo removida y levantada sin saber qué futuro le espera.
Referencias
García Gainza, M.A., Heredia Moreno, M.C., Rivas Carmona, J. y Orbe Sivatte, M. (1980). Merindad de Tudela. En: Catálogo Monumental de Navarra, Ed. Institución Príncipe de Viana, Arzobispado de Pamplona, Universidad de Navarra, vol. I, 492 pp., 723 láminas.
Martínez-Escalada, J. (1999). Historia de Tudela contada por sus calles. Navarro&Navarro, Zaragoza, 565 pp.
El Archivo de Navarra dedica su microexposición de noviembre a Sancho VII el Fuerte.
PDF Enterramientos singulares en la iglesia de san Nicolás. Tudela …
Descripción del retablo “Cristo crucificado”
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